¿Y el dinosaurio?

Para mi generación el 2 de julio de 2000 fue un parteaguas.  Por muchas razones.  ¿La principal?  Que el cambio era posible.  Lo que nos había sido sugerido como una quimera, de pronto se había convertido en realidad.  Poco importaba que el que encabezara el cambio fueran Fox o el PAN.  Era el abanderado de un México que en 1968 se había revelado en contra del autoritarismo de Estado y que en 1985 había descubierto la solidaridad por detrás, por abajo, por un lado de los controles oficiales.

El abanderado pronto arrió la bandera.  Lo que me había dicho en una entrevista de 1998 –esa obsesión por encabezar un México justo, sin corrupción, sin impunidad— se convirtió, para muchos, en más de lo mismo.  El voto cruzado, el voto útil de la gente (de la mayoría relativa que votó el fin del PRI en la presidencia de la República) iba en la dirección de desmontar el sistema que, desde 1929, con tres distintas denominaciones, la había gobernada con una buena dosis de autoritarismo.  El problema es que el sistema no fue desmontado.  Se agazapó por 12 años.  Pero siguió funcionando a toda máquina.  Y así hasta hoy.

Hay un cuento de Augusto Monterroso que entonces contábamos como si fuera el pasado y que hoy representa la pura verdad.  El cuento es de una línea: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.  Ese sistema del que no estamos orgullosos los mexicanos, ¿puede transformarse?

La lección es clarísima: si queremos despertar y ya no ver al dinosaurio, tendremos que haber trabajado mucho, como sociedad, el día anterior.  El voto no desmonta el sistema.  Lo desmonta la democracia entendida como la entiende la Iglesia: como un sistema de controles que depende del ciudadano.  No del dinosaurio.

Publicado en El Observador de la actualidad