Reclamo

Cada día que pasa, las redes sociales se encargan de mostrarnos en lo que hemos convertido nuestra democracia. Dijo don Raúl Vera, obispo de Saltillo, que quien vendiera su voto era «reo de sangre». Y dijo bien. Por desgracia, el hambre ganó a la sangre. Y la inmoralidad profunda de los compradores de votos.

Las urnas y los conteos estuvieron bien hechos. Nada que señalar. Lo que rodeó al proceso electoral es lo que debe movernos, como sociedad, a redibujar el panorama. Una inclinación de las televisoras; encuestas usadas con maña, chalaneo con la miseria… ¿Cómo comprobarlo? Difícil, por no decir imposible. Pero: ¿es ésa la democracia que queremos?

Como en las antiguas misas de difuntos, muchos de los ganadores de estos comicios llegan al poder sin credo, sin gloria y sin bendición. Sin credo, porque se ajustan a los vaivenes de la moda, de la indiscreción, de la guerra sucia (¿acaso hay guerra limpia?). Sin gloria, dado que han pisoteado cientos de veces la dignidad de los «gobernados», restituyéndoles el collar y haciéndolos mascotas domésticas caninas (léase perros) para llegar a la silla, al escaño, a la curul. Sin bendición, puesto que han convertido a la política en el arte de crispar los nervios y de mutilar oportunidades de una vida buena a los mexicanos.

El mensaje de estas elecciones es malísimo. Institutos electorales que, de tantas reglas y tantos candados, ya no necesitan ser buenos; aspirantes a puestos de elección popular (desde la presidencia hasta una diputación local por el distrito de Yecapixtla) que le han dicho –fuerte y claro— a la gente que lo que importa es llegar. El fin justifica los medios. El poder lo justifica todo.

México se merece un camino mejor. Somos el privilegio de Santa María de Guadalupe. Nuestra tierra está regada por sangre de mártires. ¿Por qué un camino tan mediocre? Por nosotros, por los católicos que   —siendo mayoría— no hemos exigido nada a quienes debemos exigir todo (y el resto). No soy yo, es Cristo y su Santa Madre quienes nos reclaman hoy mismo.