Bicentenario

Hay un solo problema con el Bicentenario de la Independencia de México, mismo que se agudiza con el Centenario de la Revolución: es difícilmente comunicable atendiendo a los parámetros de la industria de la imagen. Lo es por definición; pues, en efecto: ¿se trata de celebrar, de recordar, de festejar, de conmemorar, de reflexionar o de echar relajo, balazos o gritos al viento? O bien: ¿se trata de reflexionar sobre algo que nos une? Desde luego, lo segundo. Pero se optó por lo primero. Mal hecho.

Habría materia para comunicar si nuestra identidad estuviera firme; si supiéramos qué es lo propio del ser mexicano; qué es lo propio, más allá de los clisés oficialistas, de vivir, padecer y morir en México. Desde el 28 de septiembre de 1821, día en que se firmó el Acta de Independencia, no hemos cejado en nuestro empeño de parecernos a otros. En lugar de pensar en lo que hemos sido nos dio por tratar de pensar en lo que no hemos sido: en lo que podemos ser si hacemos lo que Estados Unidos, Francia, Inglaterra, otra vez Estados Unidos, la Unión Europea… La historiografía nacida con la posrevolución borró de un plumazo los trescientos años de vida de la Nueva España, al tiempo que trataba de revivir (en cartón-piedra) “lo indígena”. El resultado fue la mezcolanza de hoy.

Por lo demás, la estrategia de comunicación seguida por los diversos encargados de la Comisión federal creada para el efecto, pecó de lo mismo, de falta de consistencia. Alumbrados por el efecto-Televisa (anuncia un espectáculo para que convenzas de que la cosa es digna de celebrarse), se olvidaron de darle alguna substancia al acontecimiento. Los que saben de estas cosas lo dicen fuerte y quedito: la profusión genera confusión. Lo mejor hubiera sido dos o tres ideas, razonables y fácilmente comunicables. ¿Qué, eso no crea sensación de “orgullo”? Bueno, tampoco lo otro. Lo que sí produce son disparos al aire, quejas y más desencanto.

Finalmente, si teníamos algo que hacer con el Bicentenario, era el meternos en un firme, decidido y austero camino de reflexión sobre nuestra identidad como nación, para bosquejar un pacto, un acuerdo, un movimiento ciudadano hacia el futuro: ¿cuáles son los mínimos de convivencia que queremos dentro de veinte, cuarenta, sesenta años? Las naciones exitosas han sabido comunicar —en tiempos decisivos— una o dos ideas para lograr mejores niveles de vida, desarrollo, educación y justicia. El Bicentenario mexicano se nos fue de las manos. Ahora viene el show, las macro pantallas y la alharaca. Cuando los empleados de limpia recojan el basural dejado por el jolgorio, van a echar al recipiente cientos de banderitas tricolores pisoteadas.