Cada cosa que pasa en la Iglesia católica –más aún en el Vaticano—es tomada como un ámbito a discutir, aún entre aquellos que nada saben. Miles de plumas muestran un interés desmesurado, como si les importara aquello que desdeñan porque dicen que es “un lastre” para el progreso y la civilización.
La muerte a los 33 días de papado de Juan Pablo I, “El Papa de la sonrisa”, desató –sigue desatando—una miríada de “interpretaciones”. Desde el envenenamiento de los masones infiltrados en los bancos italianos, hasta el asesinato directo por la Curia, asustada –dicen—por los cambios que iba a llevar a cabo Albino Luciani. Continuar leyendo