Cada cosa que pasa en la Iglesia católica –más aún en el Vaticano—es tomada como un ámbito a discutir, aún entre aquellos que nada saben. Miles de plumas muestran un interés desmesurado, como si les importara aquello que desdeñan porque dicen que es “un lastre” para el progreso y la civilización.
La muerte a los 33 días de papado de Juan Pablo I, “El Papa de la sonrisa”, desató –sigue desatando—una miríada de “interpretaciones”. Desde el envenenamiento de los masones infiltrados en los bancos italianos, hasta el asesinato directo por la Curia, asustada –dicen—por los cambios que iba a llevar a cabo Albino Luciani. Continuar leyendo
Los cuervos no paran. Y tampoco la enorme industria mediática que los patrocina. La nueva historia de filtraciones sobre las finanzas de la Iglesia de Roma ha acaparado titulares de todo el mundo. Tanto así que el Papa Francisco ha tenido que salir al balcón de San Pedro, en el rezo del Ángelus dominical (8 de noviembre) para decirle a la multitud: tranquilos, esto no detiene la reforma que he emprendido para que la Iglesia católica se vuelva paradigma de transparencia y pobreza.
Poco se ha hablado de esto en los medios de comunicación internacionales, pero lo cierto es que existe una amenaza real de que el extremismo musulmán atente contra el corazón de la catolicidad, contra el Papa o contra El Vaticano.
Antes de ir a sus ejercicios espirituales de Cuaresma, el Papa Francisco escribió un correo electrónico privado en el que le decía a un antiguo colaborador y amigo suyo de Buenos Aires, cabeza del colectivo “La Alameda”, que tras hablar con obispos mexicanos sobre el tema del narcotráfico, temía que en Argentina se produjera una “mexicanización”.
Personajes de dentro y de fuera de la Iglesia católica se han “sorprendido” por la capacidad comunicativa del Papa Francisco. No se trata de una improvisación: ha trabajado un modo comunicativo anclado a lo mejor de la tradición cristiana: primero el gesto, después el signo y, al último, la palabra.
En los medios, el Sínodo extraordinario sobre la familia que se celebra en El Vaticano por estos días, ha aparecido éste como una revolución, como una guerra civil que enfrenta a los “buenos” (los partidarios del Papa Francisco) y los “malos” (los dogmáticos). Como casi siempre pasa, por simplificar se acaba mutilando la realidad. Y la realidad es que no existen tales bandos. No es una película de indios y vaqueros.
El pasado 25 de agosto, elementos de aduanas con el respaldo de agentes del Instituto Nacional de Migración (INM), trataron de impedir que el obispo de Tabasco, monseñor Gerardo de Jesús Rojas López, y al director de “La 72”, Hogar Refugio Para Personas Migrantes, el muy admirable fray Tomás González Castillo, oficiaron en El Ceibo, en la línea fronteriza de Tenosique con El Petén, Guatemala, una misa en apoyo a los migrantes.
El Papa Francisco ha logrado que recen con él, en El Vaticano, palestinos y judíos. El gesto de Francisco nos interpela a todos. Y nos impone un nuevo camino para lograr la paz. Me explico.
En Texas todo el mundo habla del catolicismo “romano”. Un cajero de la enorme tienda de comida HEB, lo mismo que un dependiente de la enorme librería llamada Barnes & Noble. Los dos me felicitaron; uno porque llevaba una Rosca de Reyes para compartir con mi familia el día 5 de enero; el otro porque llevaba un libro de espiritualidad católica. Uno me dijo que debía mejorar su español –identificando la Rosca con el catolicismo—y el otro que debía mejorar su espiritualidad –porque había sido educado en una preparatoria católica.
El Papa Francisco ha ganado una batalla decisiva para situarse como un referente mundial para lograr la paz entre los pueblos. El pasado sábado protagonizó una jornada ecuménica, en el más amplio sentido de la palabra, para rezar por la paz en Siria y por detener la guerra en donde quiera que ésta se produzca.