En pleno siglo de la información global, es difícil, casi imposible, que no sepamos lo que pasa en África. Sin embargo, casi siempre nos encogemos de hombros: “África está muy lejos”. Luego, procuremos consolarnos con este razonamiento: “Mejor ayudo aquí”. Finalmente, ni allá ni aquí.
Es el Domingo de la Misericordia, instituido por San Juan Pablo II para recordarnos que Cristo sigue sufriendo persecución, exilio, hambre y sed. La Misericordia del Padre –esa que nos fue regalada y que nos hace tener esperanza—pide, exige convertirse en obras concretas. Continuar leyendo