En pleno siglo de la información global, es difícil, casi imposible, que no sepamos lo que pasa en África. Sin embargo, casi siempre nos encogemos de hombros: “África está muy lejos”. Luego, procuremos consolarnos con este razonamiento: “Mejor ayudo aquí”. Finalmente, ni allá ni aquí.
Es el Domingo de la Misericordia, instituido por San Juan Pablo II para recordarnos que Cristo sigue sufriendo persecución, exilio, hambre y sed. La Misericordia del Padre –esa que nos fue regalada y que nos hace tener esperanza—pide, exige convertirse en obras concretas. Continuar leyendo
Tal vez digamos: “África está muy lejos”. Luego, procuremos consolarnos con este razonamiento: “Mejor ayudo aquí”. Finalmente, ni allá ni aquí. Este Domingo de la Misericordia. El Observador posibilita una oportunidad de aliviar la emergencia material y espiritual de un continente que grita ¡ayuda! en diversos idiomas.
Hay dos maneras de perseguir a los cristianos: una es matándolos, otra es no dejándolos vivir su fe (que es otra forma de muerte).
Hay pocas condiciones de vida más tristes que las que tienen que enfrentar los refugiados, los desplazados, los que huyen de su tierra. Víctimas del odio, el odio les quita todo.
Esta ocasión es la segunda en que El Observador circula el boletín de Ayuda a la Iglesia que Sufre. En la primera vez se tocó a Iraq. Hoy es el turno a los católicos perseguidos en China.