La soledad en la que vive Donald Trump debe ser espantosa. Porque solamente alguien que vive como el patriarca de García Márquez puede conducirse tan irrespetuosamente no sólo frente a los derechos y la dignidad de los otros, sino en contra del propio puesto al que llegó y a sus reglas, las escritas y las no escritas.
El método comunicativo del bravucón es, justamente, el del que vive amurallado y con miedo. La amenaza, el uso de la fuerza, el imperativo y la (supuesta) venganza si no llegan los demás a alinearse a su juego. Es el bluf de las cartas. La mentira disfrazada de venganza. La debilidad estructural que no atina a ser digerida y, por lo tanto, se expulsa como poderío y autoridad sin contexto. Continuar leyendo
Donald Trump era, en campaña, un niño de 70 años. Ahora es el hombre más poderoso del mundo. Pero sigue actuando como un niño. Sigue en campaña. O en el estudio de TV. Y lo que es peor, como un niño caprichoso, de esos que por haberlo tenido todo se creen inteligentes, listos, vivos y hasta seductores.
El anuncio que ha hecho Facebook sobre el “Proyecto Facebook para Periodismo”, es una muestra inequívoca que la mayor de las redes sociales del mundo se sabe, se siente usada por los provocadores del caos mediante la dispersión generalizada de noticias falsas.
En el espléndido texto “Nuestra necesidad de consuelo es insaciable…” (Pepitas de Calabaza Editores, Logroño, 2007), el anarquista y “niño prodigio” de las letras suecas Stig Dagerman (1923-1954) apunta un tema fundamental para entender parte de la crisis por la que atraviesa hoy nuestro país.
El debate sobre la circulación masiva de noticias falsas en redes sociales ganó fuerza este año con la elección presidencial estadounidense. La contienda entre Trump y Clinton vino antecedida por cientos de rumores falsos que circularon como verdaderos en redes sociales, especialmente en Facebook.
Tal vez 2016 sea recordado, en los medios de comunicación, como el año de las paradojas. Lo que se anunciaba que se iba cumplir, no se cumplió. Y lo que se anunciaba como imposible, se volvió posible. La realidad, la tozuda realidad, se ha impuesto, finalmente, a las predicciones y propuestas de los grandes medios y de los gobiernos.
Cuando los países desarrollados se debaten en torno a la “alfabetización digital”, en buena parte del planeta el analfabetismo es una dolorosa realidad.
Una nota largamente esperada: los gigantes de Internet -YouTube, Facebook, Twitter y Microsoft—han anunciado que unirán sus fuerzas (que son impresionantes) para combatir el terrorismo a nivel mundial.
En la reciente Feria Internacional del Libro de Guadalajara se llevó a cabo el foro “Los desaparecidos nos faltan a todos”. En él, hombres y mujeres de todos los rincones del país, nos recordaron una verdad del tamaño de un puño: que los mexicanos ya no podemos voltear el rostro hacia el gobierno y decir que “ellos”, los del gabinete actual y los del pasado, a diez años que Calderón sacó al Ejército a las calles, son los “únicos culpables” de que hoy mismo 30mil personas no “aparezcan”.
Alguien que sobrevive a más de 600 atentados en casi 60 años, un promedio de 10 por cada 365 días, no puede ser otra cosa que un astuto zorro de la política. Alguien que guardó por 10 años su estado de salud como secreto de Estado, es un camaleón inmenso. Y un comunista convencido que tras quitarse el uniforme verde olivo ejerció el poder real o moral envuelto en pants de la marca Adidas, santo y seña del capitalismo rampante, no es otra cosa que un actor consumado.