Los fieles laicos somos miembros a título pleno de la Iglesia. Nuestra vocación es distinta a la de sacerdotes y consagrados. Estamos llamados a participar en primera persona en la transformación del mundo según Cristo, viviendo nuestra identidad cristiana en medio del mundo.
El proceso electoral del próximo 1 de julio es el momento adecuado para hacer que nuestra fe se vuelva inteligencia de la realidad, es decir, que la fe nos ayude a descubrir cómo debemos ejercer nuestro derecho al voto. Continuar leyendo
Los candidatos y la candidata cerraron su participación oficial en lo que respecta a debates organizados por el IFE. Vienen dos semanas y ya. Se acabó la guerra electoral. Pero: ¿hubo guerra?
El pasado 5 de junio pudimos ser testigos de lo que los científicos llaman «la danza elegante de los planetas del sistema solar». Venus, similar en tamaño a la Tierra, se alineó con esta y el Sol, de tal suerte que pudimos contemplar un mínimo eclipse por 6 horas: el paso de un extremo a otro de Venus por la superficie del astro rey. Será ésta la última vez que lo hagamos. El siguiente evento sucederá en 2117: dentro de 105 años.
Los estudios señalan que noventa y cinco de cada cien anuncios publicitarios de la televisión no son recordados por el público. Es decir, solamente cinco de cada cien tienen la suerte de ser recordados, y eso por un lapso no mayor a las veinticuatro horas posteriores a ser vistos.
Este fin de semana, con la presencia del Santo Padre Benedicto XVI, se lleva a cabo el Encuentro Mundial de las Familias en Milán. Un Encuentro con mucha miga: nunca como ahora la familia ha sido atacada como si se tratara de la peste. Y nunca como ahora tenemos que dar, los católicos, una respuesta contundente al mundo secularizado: si no hay familia no hay futuro.
Pasan los días y la organización crece. Aquí y allá, jóvenes universitarios, constituidos en red por la autopista digital, alcanzan sitio de privilegio en los titulares. Ya tienen estatutos. Y le han exigido a los partidos y a los candidatos, que no se cuelguen de ellos, que no le sigan haciendo al alambrista. ¿Será la primera ocasión en la vida política moderna de México que un movimiento juvenil evita a los infiltrados?
El tema de los universitarios indignados ha ocupado, últimamente, las primeras planas de los periódicos. Tras los sucesos en la Universidad Iberoamericana y las protestas en distintos sitios del DF y el país, denunciando la inequidad en los medios, los analistas han declarado que la «primavera mexicana» ha llegado. Esto en alusión a la «primavera árabe», que trajo como consecuencia principal la caída del régimen de Hosni Mubarak en Egipto, así como las revueltas en Túnez, Libia o Siria.
Son jóvenes estudiantes, de los que antaño el candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, se refería a ellos como “pirruris” (y ahora los enaltece por su dignidá). Son muchos, van creciendo y están hartos de mentiras disfrazadas de estadísticas. Han salido a la calle a demandar, principalmente, a Televisa por inequidad en el proceso electoral. Frente a las instalaciones corporativas de Santa Fe o de San Ángel. En la Estela de Luz. Sus manifestaciones han sido ordenadas. Nada de qué quejarse. Ni insultos, ni grafitis ni conductores embotellados.
El mexicano, desde la antigüedad prehispánica hasta nuestros días, es un ser esencialmente religioso. No quiero decir «practicante», sino religioso en el universo amplio de la palabra: un ser prendado de los misterios de la vida y de la muerte; más de la muerte que de la vida.
La fe es amor y el amor engendra belleza que se hace poesía. La fe cristiana es fuente inagotable de poesía. Los grandes poetas han bebido en las fuentes límpidas de la sagrada escritura y del evangelio. El Dios de Jesucristo es quien creó todas las cosas, y las hizo buenas y bellas, y dio al hombre palabra y voz para poder cantarlas. Recordemos a san Juan de la Cruz allá lejos, y a sor Juana Inés de la Cruz aquí entre nosotros.