El mexicano, desde la antigüedad prehispánica hasta nuestros días, es un ser esencialmente religioso. No quiero decir «practicante», sino religioso en el universo amplio de la palabra: un ser prendado de los misterios de la vida y de la muerte; más de la muerte que de la vida.
Admiración, asombro, vértigo (que son los atributos del acercamiento a la Trinidad cristiana, según Eugenio Trías) viven, constantemente, en la conciencia de quienes hemos nacido en este pedazo de tierra de la América del Norte. Continuar leyendo