“Mi vida no está en manos de la delincuencia; está en manos de Jesús”

El sacerdote católico Alejandro Solalinde Guerra es el fundador de los albergues «Hermanos en el camino”, con sede en Ciudad Ixtepec, Oaxaca, en medio de la llamada «ruta de la muerte», que es el viaje que emprenden los migrantes centro y sudamericanos hacia Estados Unidos.

El padre Solalinde habló en exclusiva para El Observador sobre el fenómeno de los migrantes, la violencia que se ejerce en ellos y la nueva Ley de Migración que se ha puesto en marcha en México, así como la visión católica de la defensa de los derechos humanos de nuestros hermanos que vienen del sur de nuestra frontera.

–¿Qué nos dice el Evangelio para iluminar la realidad de los migrantes?

El Evangelio nos dice que Jesús se identifica con los pequeños y los pobres, dentro de los cuales están los migrantes. Por lo tanto, lo que hagamos con ellos, lo hacemos con Él. «Fui migrante y me hospedaste». Hoy en día, hospedar no sólo significa abrirles las puertas, sino aceptarlos tal cual son. Nuestro Jesús-migrante viene, principalmente, de Centroamérica, herido, dolido, empobrecido y violentado. Estos migrantes no fueron a escuela de paga. Son hijos de padres que sufrieron la guerra; de padres que les fue robada su infancia pues fueron reclutados para luchar. Ellos –padres e hijos—aprendieron a formarse con violencia.

–¿Qué ha perdido el hombre que no puede ver el rostro de Cristo en estas personas que tanto sufren?

Ha perdido de vista al Señor Jesús, porque no lo reconoce. «El que recibe al más pequeño, me recibe a mí». Ha perdido el sentido de fraternidad, el sentido del Reino. Ha perdido la vista y está ciego; pero, sobre todo, pierde la oportunidad para renovarse.

–La reciente Ley aprobada en materia de migración, ¿da soluciones reales al fenómeno o simplemente las aplaza?

Es un avance. Por ejemplo: deja de criminalizar la migración, toda vez que pasa de considerar al migrante como un delincuente para verlo, simplemente, como un «irregular administrativo». Otorga un permiso de tránsito por 180 días, para que el migrante intente llegar a Estados Unidos. Si allá no lo reciben, tiene el derecho a un retorno asistido, que consiste en regresar a su país en condiciones dignas y seguras, con el compromiso de su país para brindarle atención y oportunidades de trabajo. Esto supone un compromiso regional.

Por otra parte, esta Ley reconoce la dignidad y los derechos humanos de las personas migrantes, como el acceso a la justicia, a la salud, a la educación, a la integración con su familia y al trabajo justo. Esta ley es un triunfo. Antes se criminalizaba al migrante y a quien lo asistía. Ahora, un mexicano puede trasladar, hospedar, compartir los alimentos, llevar al hospital e, inclusive, emplear a un migrante sin papeles, sin ser esto objeto de sanción alguna.

–¿Dónde descansa la valentía que lo impulsa a buscar la justicia entre tantos peligros?

En Jesús. He descubierto al Jesús vivo y he experimentado su amor. Pienso que Él es fiel a su Padre y a su Misión del Reino, pero también es un enamorado del ser humano. Él me ha dicho cinco cosas muy importantes como misionero bautismal: no tengas miedo; ánimo (pues su presencia es una fiesta; es el novio en el banquete de bodas de la vida que nos ofrece su Padre); levántate (Jesús es un Dios antidepresivo, nos hace sentir acompañados); los amo como el Padre me ha amado a mí; y, estoy contigo siempre.

–¿Cómo predicar el amor entre aquellas personas que nadie ama y que su propia patria les ha fallado?

Con acciones, con hechos. Yo casi nunca les digo «Dios los ama», pero los amo a través de lo que hago con ellos. Los recibo a la llegada del tren, reviso que no traigan ni drogas ni armas. Les tomó una foto para que no se nos pierdan. Comen, se rehidratan, les damos ropa y los atendemos con médicos y psicólogos. Les ayudamos en cuestiones jurídicas y migratorias. Les damos la oportunidad de comunicarse con su familia, pues es para ellos tan importante como comer y respirar. Hacemos oración con ellos, aunque sean de otra religión.

–De cara al peligro, ¿cuáles son sus pensamientos?

No tengo miedo del mañana, porque mi vida está en manos de Él. Mi vida no está en manos ni de los «zetas» ni de ningún grupo de delincuencia, ni de agentes estatales corruptos. Tampoco tengo miedo a un fracaso, porque yo no estoy empezando nada de cero. La Iglesia lleva dos mil años de acción pastoral. Tampoco voy a terminar nada. Pero sí voy a dar, y estoy dando, lo que me toca en este México tan huérfano.

–¿Qué significa para usted la experiencia con los migrantes?

La presencia de ellos significa la llegada de mi Señor en el traje de migrante. Y por eso trato de vestirlo y atenderlo con la misma delicadeza que uno trata a Nuestro Señor en el Santísimo. Su Presencia es muy fuerte en ellos.

Por Francisco Septién Urquiza