Después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) surgió en el mundo una tendencia anti afectiva. El corazón se pintó color de rosa, al grado tal que a las revistas de chismes de la farándula se les comenzó a decir «revistas del corazón».
Nos vendieron la idea que teníamos que ser «duros» para conquistar «el éxito». Ver los resultados, nunca los medios. Esa corriente, que hoy se ha extendido a todos los niveles de la vida, también ha tocado (dicen que «de muerte») las devociones católicas más queridas por nuestros abuelos. Una de ellas, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
A 95 años de la primera consagración al Sagrado Corazón de Jesús realizada en México (11 de octubre de 1924) y a 13 años de la renovación (junio 23 de 2006, aprovechando la presencia de las reliquias de santa Margarita María de Alacoque en el territorio nacional), no solo no hemos avanzado, hemos retrocedido en la devoción que consiste en una experiencia profunda del amor de Cristo y en la imitación de las virtudes que nos dejó en el Evangelio.
«Al decir Corazón de Jesús, estamos tocando la fibra más digna y noble de la naturaleza humana», escribe Dietrich von Hildebrand. Esa fibra está ausente hoy entre nosotros. Dolorosamente ausente. Aunque nada es irreversible. La nación que recupera el Corazón de Jesús, recupera el bien.
TEMA DE LA SEMANA: EL DE JESÚS, UN CORAZÓN DE VERDAD
Publicado en la edición impresa de El Observador del 2 de junio de 2019 No.1247