El novelista, dramaturgo, cronista, conductor, ensayista y dramaturgo Francisco Prieto, una de las mentes más lúcidas del México de hoy, acaba de publicar bajo el sello editorial de Jus, Crímenes en el Crepúsculo, quizá su novela más dura, quizá la que muestra más a las claras el envés de la moral que subyace en la obra (y en la vida) del autor. Su labor, callada y a veces incomprendida, ha sido titánica: título tras título en las últimas cuatro décadas, Paco Prieto ha desplegado una comedia humana protagonizada por el tedio del mal en el mundo tecnológico de fines del siglo XX y principios del XXI.
De la estirpe de François Mauriac, Prieto ha tomado al mal como el objeto de sus novelas, le ha dado vueltas, lo ha mirado al rostro y ha descubierto cómo carcome el corazón humano: cómo tuerce los rostros más dulces en máscaras grotescas de sí mismos, y cómo saca de la pasión sin centro (como el universo de los gnósticos) a los enemigos del amor. La novela, según Delibes es un hombre, un paisaje y una pasión. Según Prieto es, solamente, una pasión. El paisaje es el de la conciencia torturada del hombre light, ese corredor frío, descascarado, que muestra los lamparones del egoísmo en cada una de sus paredes.
El epígrafe de la novela —una de las Máximas de Ernst Jünger— condensa la trama y el tema que en ella se debate: “Los altares en ruinas están habitados por demonios”. Un altar que se cae es como un hombre o una mujer a quienes les ha ganado la batalla el aburrimiento. Y el aburrimiento es la puerta abierta para que el demonio, el mal, se encarne, tome vida, desate su estrategia cuya jugada final consiste en hacerle creer al hombre que el él no existe, que es un invento escolástico para consumo de señoritas en edad de merecer. Una de ellas, Cecilia Hoyo del Rincón, sirve de pretexto a Prieto, tras su secuestro, enamoramiento del secuestrador y luego de quien investigaba el caso, ex jesuita, cuya entrega la redime y lo redime.
Poco importa —creo— hablar en las novelas de Prieto sobre la secuencia de acciones que se suceden en sus páginas. Sin ser “novelas de tesis”, sus relatos intentan revelarnos algo que nos inquieta y que nadie nos revela nunca: que nos hemos vuelto indolentes ante la maldad, ante la maledicencia, ante la pusilanimidad, ante la violencia, ante la degradación humana. Tomamos por un hecho que o somos explotados por los demás o somos anulados por el Estado. Y que esto es una guerra donde gana el que más viola la dignidad del otro, es decir, el que se desprende con mayor rapidez —sin importar cómo o con qué— de su conciencia. El corolario, gozosamente, es el mismo en las novelas de Prieto: solamente el amor (reflejo del Amor) salva. Y el amor que es humilde, misericordioso, que no se engríe, que no pide cuentas, que da todo, que lo entiende todo y que lo funda todo. Crímenes en el Crepúsculo podría ser también La esperanza de la Aurora.
Publicado en revista Siempre!