La imagen que tengo de mi país en las Olimpiadas de Río es de vergüenza. Somos campeones mundiales, pero en bullying. Una sarta de haraganes destrozaron a la gimnasta Alexa Moreno porque no les parecía su físico, como si ellos fueran musculosos atletas. Y aunque lo fueran: ¿quién les ha dado derecho a burlase?
Muchos se preguntan, una y otra vez, por qué en México hay tanta violencia. Fíjense en los comentarios y los “memes”. Porque ya no hay temor de Dios (para muchos jóvenes y no tan jóvenes, Dios ha muerto) y porque también –como lo explica el psicoanalista italiano Luigi Soja en su espléndido libro La muerte del prójimo—el otro ha dejado de existir.
La adicción a los videos tremendos, decapitaciones, torturas, va minando la sensibilidad y dejando a un lado el sentimiento de compasión. La relación virtual con los demás (siempre sujeta a mi disposición, a mi capricho) facilita borrar al que está al lado. Pessoa decía que los otros han pasado a ser parte del paisaje. Y la sospecha, el reclamo, la zancadilla. En lugar de cooperar solidariamente, nos agasajamos en la crítica, el cotilleo y el insulto.
Ya lo había notado Octavio Paz: el antecedente inmediato de la violencia física en México es la violencia verbal. Las palabras cuentan. Y cuentan como consecuencia de un acto fallido cuando se minimiza al prójimo. Cuando se le ningunea (se le hace “ninguno”). Y en eso, por desgracia, también somos campeones mundiales.