El pasado mes de septiembre, al participar en el evento “Los 300 líderes más influyentes de México”, el presidente Enrique Peña Nieto dijo que para combatir la corrupción se debe partir de reconocer que “es un asunto de orden cultural”; y llamó a construir “una nueva cultura ética” en la sociedad mexicana.
Muchos críticos y periodistas reaccionaron —y con razón— ante la consideración presidencial de implantar la corrupción en el seno mismo de nuestros usos sociales, en su génesis. Aunque la corrupción no es una práctica exclusiva del gobierno, en México seis de cada diez personas opinan que existe un grado mayor de corrupción en el ámbito público.
En otras palabras, seis de cada diez mexicanos creen a pie juntillas que la corrupción si es un “hecho cultural” pero del gobierno de México; de los políticos mexicanos. Un nuevo estudio de la empresa de investigación Parametría, muestra que la gente percibe que el gobierno —en sus tres niveles— es quien mayormente lleva a cabo sobornos, fraudes, apropiación indebida u otras formas de desviación de recursos, nepotismo, extorsión, tráfico de influencias y uso indebido de información privilegiada para fines personales.
Si fuera un “hecho cultural”, abarcaría a todos los estamentos de la sociedad, cuando menos entre la opinión pública de los mexicanos. Pero no es así. El estudio de Parametría revela que sólo 7 por ciento de los encuestados consideró que en las empresas privadas hay más corrupción y 27 por ciento dijo que tanto en las empresas públicas como en las privadas existen estas malas prácticas.
No, la corrupción no es un acontecimiento de nuestro ADN. La corrupción es una forma de engaño que inicia con la simulación. Y la nueva cultura ética a la que llama el Presidente inicia, justamente, dejando de simular; dejando de “socializar” las mañas prácticas.
Publicado en Revista Siempre!