Hace unos días murió el marido de doña Alejandra, la vendedora de flores que todas las semanas recorre las calles del centro de Querétaro y sube infinitas escaleras para dejarnos en El Observador su presencia, sus alcatraces y sus rosas. Lo tomó con el poco llanto que la necesidad imperiosa les deja a estas mujeres que hacen de nuestra Patria la predilecta de la Virgen.
Se despierta de noche, carga con su morral de flores desde Amealco, camina encorvada las fatigosas avenidas, tiene sus marchantes y a todos deja una sonrisa. Cuando se le pregunta cómo está, ella responde, sinceramente: “Parece que bien”.
Su marido vivía fuera de su humilde casa. Como cientos de miles de mexicanos, estaba en deuda con el alcohol. Ella seguía trabajando, por sus hijos, por sus nietos. Iba a la peregrinación caminando a Guadalupe hasta que ya no le fue posible. En San Juan Dehedó le deja sus oraciones (y las nuestras) a la “Preciosísima Sangre de Cristo”.
Su fe en Cristo resucitado es la fe que me gustaría tener. Así de simple, así de buena. La respuesta “parece que bien” denota la certeza que estamos en las manos de Dios, que por más que cuidemos nuestra salud, nuestras finanzas, nuestro cuerpecito alucinado por la tecnología y por las técnicas de la autoestima, “solo Dios basta”.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 21 de abril de 2019 No.1241