Uno de los libros más profundos que se han escrito sobre el Acontecimiento guadalupano es El amor de Jesús vivo en la Virgen de Guadalupe del padre Pedro Alarcón. Se trata de un ensayo teológico a partir de las fuentes documentales de las apariciones en el Tepeyac, el ayate de Juan Diego y el relato fundamental de México: Nican Mopohua. Un ensayo “que busca comprender la fe que la comunidad eclesial (mexicana y latinoamericana) vive en su relación con la Santísima Virgen María de Guadalupe”.
Es un libro muy grande: 760 páginas. Destaco un párrafo de la escena en que Juan Diego (y su intérprete, Antonio Valeriano, el autor del Nican Mopohua) enmudece arrobado con el vestido y la imagen resplandeciente de la Virgen: “En ninguna secuencia (del relato) se encuentra la palabra luz. Sin embargo, la luz se reconoce por sus efectos (…) La luz es el centro”.
Da en el clavo. La luz de María aparece el 12 de diciembre como lo que es: la verdadera “esperanza de México”. Hoy que se intenta (artificiosamente) adueñarse del color de su rostro y de su cercanía con el pueblo fiel, nuestra tarea es distinguir y unir. Distinguir el verdadero mensaje de Guadalupe, que es el amor, y unirlo a la fe que produce una civilización. Como ella la produjo en 1531. No será un político quien transforme. Será Cristo, desde el corazón de nuestra madrecita del Tepeyac.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 9 de diciembre de 2018 No.1222