¨¿A quién debe pues mayor amor (América Latina entera) que a esta Medianera de amor de todos los hombres, que nacida en tierra de México es medianera de amor entre lo Infinito y la humanidad entera?”.
Así termina, un poco modificado por un servidor, sus Páginas sobre la Virgen de Guadalupe. La evangelización de los indios (Editorial Jus) don Ezequiel A. Chávez, en un escrito de 1934.
Don Ezequiel hace la mejor pregunta que pudiera haberse hecho. ¿A quién puede amar más un hispano, un latino, que a la Virgen de Guadalupe? Amor es conocimiento, según la vieja raíz hebrea de la palabra amor. Y cuanto más conozcamos el “Acontecimiento Guadalupano”, mejor podríamos responder a su amor, a su mediación con Dios por esta tierra, por la cual hizo algo que no ha hecho en ninguna otra nación, en ningún otro continente: quedarse entre nosotros.
Los 22 millones de peregrinos que la visitan cada año en su “casita del Tepeyac”; las carreras gudalupanas que se realizan en Estados Unidos, la fiesta monumental del 12 de diciembre, incluido El Vaticano, ponen a María de Guadalupe en la cima de la mediación ante su Hijo por las necesidades fundamentales de la humanidad. Especialmente de los macehuales, los más pequeños, los humildes, los juandieguitos que hoy se acogen a su regazo.
Al desmenuzar la narración de las apariciones, Nican Mopohua, debíamos caer en cuenta de la responsabilidad que este hecho tiene sobre nosotros, a 486 años de distancia. El indito Juan Diego fue dócil, subió al cerro. Pero no se quedó ahí. Bajo del cerro y convenció al obispo Zumárraga de construirle una ermita. Su obediencia al amor cambió el destino de un continente. Hoy, Guadalupe nos pide ser los nuevos juandiegos de su mensaje.
Publicado en El Observador de la actualidad