(Segunda y última parte)
En una encuesta realizada en todo el mundo por el Instituto de Investigaciones Pew, se encontró que México era el país más insatisfecho del planeta con la forma en que su democracia está funcionando: 93 por ciento de los mexicanos están inconformes con ello, pero no con la democracia directa o representativa, a las cuales apoyan 62 y 58 por ciento, respectivamente.
Solamente seis por ciento de los mexicanos están satisfechos con la forma como funciona la democracia en el país, contra una media mundial de 46 por ciento. Sin embargo, ni un líder fuerte y autocrático ni un gobierno militar están entre las alternativas de la mayoría de los mexicanos: 67 por ciento están en contra del líder fuerte y 52 por ciento se opone a un gobierno militar.
Ante esta perspectiva basada en números fríos, ¿cómo elegir a un(a) candidato(a) que, de verdad, convenza a los ciudadanos que la democracia (no el autoritarismo o la vía militar) es la mejor forma de gobierno; aquella que es definida por la Constitución como un modo de vida que puede hacer progresar a nuestro país en términos de desarrollo humano integral?
Desde luego, no hay fórmulas infalibles. Los seres humanos cuando accedemos al poder solemos “cambiar” muchísimo. Y volvernos la oposición. Es la regla, pero hay excepciones. Y los partidos políticos podrían abonar a que las excepciones se convirtieran en regla. Lo mismo que los ciudadanos que los apoyan en sus distintas vertientes. ¿Cómo? Asegurando la primera de las “dos legitimidades” que definen el poder en la democracia: la legitimidad de origen (la otra, la legitimidad de ejercicio, no la puede asegurar un[a] candidato[a]).
La legitimidad de origen parte de una verdad de Perogrullo: nadie da lo que no tiene. Es decir, nadie puede hacer funcionar bien a la democracia si fue elegido por medio de métodos no democráticos dentro de su partido político. Y los militantes de ese partido son los principales vehículos para hacer que las cosas funcionen bien, para que los partidos no se vayan por el compadrazgo, el dedazo, los intereses de la cúpula, la imposición del caudillo, del bueno, del que tiene más oportunidad, del que abona más a mi bolsillo, etcétera.
Veo difícil que en las próximas elecciones se produzca este “giro copernicano” entre los partidos y los ciudadanos mexicanos. Hay que decirlo con claridad: estamos hechos a la manera del PRI. Lo cual no significa —de una vez por todas— que podamos transformar nuestra democracia a la manera de la esperanza.
Publicado en la revista Siempre!