Entre los historiadores mexicanos del siglo XX y principios del XXI se destaca el michoacano Luis González y González. Nacido en San José de Gracia en 1925, hizo de su pueblo sede de la historia de México, no porque ahí hubiese sucedido algo importante sino, justamente, porque no figuraba (como 95 por ciento de los pueblos mexicanos) en ninguno de los manuales de la historia nacional.
Puso en juego un concepto nuevo: la micro-historia. Y otro más bello aún: el de “historia matria” (contra “historia patria”). La historia de nuestros pueblos, de nuestras raíces, de nuestros héroes y de nuestros verdaderos villanos. No la que enseñan en el colegio, sino los que nadie conoce salvo los que ahí vivieron.
A continuación, una breve entrevista imaginaria sobre julio-agosto de 1926. con don Luis González y Gonzalez, autor de Pueblo en vilo, que cuenta la existencia de un universo llamado San José de Gracia.
Entrevista (imaginaria) con don Luis González y González
–Don Luis: ¿qué hubo unos días antes del 31 de julio?
El 25 de julio de 1926, una carta pastoral colectiva de los obispos de México que incitaba a los fieles a imitar la constancia de los primeros cristianos. Y que la Iglesia no aprobaba ningún levantamiento en armas, pues sería perjudicial para el pueblo y para todo el país.
–¿Estaban unidos los obispos?
Estaban divididos, como es lógico. Jean Meyer dice que había por lo menos tres corrientes: una se pronunciaba por la resistencia activa, política. Otros por la resistencia pasiva, hasta el martirio. Y unos más por la perseverancia de la vía constitucional.
–¿Cuál era la mayor tendencia?
Los más negaban a los católicos laicos el derecho a levantarse, pero no faltarían tres que los indujeran a tomar las armas contra un gobierno tan agresivamente antirreligioso. De hecho, en un momento dado, todos los obispos prohibieron la insurrección y a la vez autorizaron a la Liga de Defensores de la Libertad Religiosa a decidirse por la guerra. Como quiera, los ligueros, gente catrina de ciudad, no eran capaces de armar revolufia alguna contra Calles…
—Muchos dicen que Calles hizo cosas buenas…
Michoacán no conoció las actividades constructivas de don Plutarco y sí la amplia variedad de las destructivas: cierre de escuelas y conventos, trabas al culto aún el que los católicos celebraban privadamente en sus casas, confiscación de asilos y clausura de los centros productores de sacerdotes que funcionaban en Morelia, Zamora y Tacámbaro.
—¿Y en San José de Gracia?
El 8 de marzo de 1926, el gobierno ordenó la clausura del Seminario Conciliar de Zamora. La veintena de jóvenes josefinos que estudiaban allí volvieron al pueblo a erigir la Acción Católica de la Juventud Mexicana y emprender una sigilosa campaña de instigación. Llegó también a raudales la propaganda impresa de orientación antigobiernista. Los discursos de Anacleto González Flores y otros líderes católicos se leyeron y difundieron y levantaron ámpula.
—A partir del cierre de iglesias y la suspensión de cultos, ¿pasó algo?
Desde ocho meses antes Luis Navarro Origel andaba de insurrecto en el Bajío. En agosto de 1926 hubo un primer brote rebelde aquí nomás en Sahuayo. El mismo mes, allá lejos, en Zacatecas, tras una matachina de prisioneros ordenada por las autoridades, los cabecillas Acevedo y Quintanar, al grito de ¡Viva Cristo Rey! inician la guerra. Pocos después se echan al campo rebeldes de Tajamaroa, en Michoacán, de Cocula, en Jalisco… En un abrir y cerrar de ojos, los campos de occidente se llenan de grupos que cantan: “Tropas de Jesús, sigan su bandera, no desmaye nadie, vamos a la guerra”. De un día para otro, los gritos de ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, ¡Viva México!, estallan en multitud de pueblos, rancherías y ranchos.
—¿Hubo un episodio que usted narra en Pueblo en Vilo que es toda una metáfora del levantamiento por la suspensión de cultos?
Sí, fíjese usted que dicen los de San José de Gracia que lo que aventó a los hombres a la cristiada fue la salida nocturna de Jesús, José y María. Ésta, según los decires de las mujeres que salieron a barrer las banquetas apenas amanecido (1927), quedó a ojos vistas en una serie de pisadas de seis pies: dos de una criatura y las otras de hombre y de mujer grandes. Al principio las barrenderas creyeron que las pisadas podrían ser de cualquier papá, mamá o niño; al notar que la escoba no las borraba, abrieron tamaños ojos. Al ver que ni siquiera lavándolas se quitaban, les empezó el sucedido a oler a milagro, y al comprobar que la serie de pisadas salía por la puerta mayor del templo y remataba en el camino real, ya no les cupo la menor duda de que la Sagrada Familia era la prófuga y que el motivo de su éxodo era la timidez de los josefinos al no decidirse de una vez a la guerra contra los callistas. Luego, guiados por el padre Federico, eligieron el camino de la violencia…
Publicado en El Observador de la actualidad