Cada cosa que pasa en la Iglesia católica –más aún en el Vaticano—es tomada como un ámbito a discutir, aún entre aquellos que nada saben. Miles de plumas muestran un interés desmesurado, como si les importara aquello que desdeñan porque dicen que es “un lastre” para el progreso y la civilización.
La muerte a los 33 días de papado de Juan Pablo I, “El Papa de la sonrisa”, desató –sigue desatando—una miríada de “interpretaciones”. Desde el envenenamiento de los masones infiltrados en los bancos italianos, hasta el asesinato directo por la Curia, asustada –dicen—por los cambios que iba a llevar a cabo Albino Luciani.
Hace 38 años de su muerte –en el verano-otoño de los tres papas, 1978— y una pesada losa de inquina, investigación sesgada y credulidad se cierne sobre este hecho. El Observador enfrenta, en este número 1102, no la defensa de la Iglesia, que no la necesita, sino una serie de elementos para que el lector tenga en cuenta y sepa honrar la verdad.
Bajo el título “El controvertido final de Juan Pablo I”, queremos hacer un ejercicio de investigación periodística para dar las pistas a los lectores, de camino a formarse un criterio católico ante la muerte del Pontífice y –de paso—enseñarnos (todos) a saber leer otros acontecimientos, empañados por la crítica infundada, la sospecha generalizada, el rumor y la venganza contra la Iglesia.
Es nuestra obligación informar desde la verdad, como la de todo cristiano difundirla.