Hay un drama de comunicación que no se propone en la masa de producciones de los medios en México. Centroamérica, más aún el llamado “Triángulo Norte” de esta porción del Continente Americano que comprende a Guatemala, Honduras y El Salvador ha llegado en los pasados dos años a lograr un récord nada envidiable: llegar al techo histórico de refugiados.
Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), desde los años 80 del siglo pasado, cuando estos países vivieron procesos de guerra civil o de oleadas de violencia, no se había visto un éxodo tan grave de personas que huyen del crimen y de la vulnerabilidad de las estructuras sociales.
Además, con el nuevo ingrediente de las maras o pandillas, que han convertido El Salvador y Honduras en verdaderas ollas de presión ciudadana, haciendo que miles de familias encuentren en México o en Estados Unidos una salida a su situación de peligro.
El año pasado, en México solicitaron asilo casi 3,500 personas, en su mayoría de El Salvador, Honduras y Guatemala, los países más afectados por el fenómeno. También se ha registrado un gran aumento en Estados Unidos, Costa Rica, Panamá, Nicaragua y Belice.
ACNUR, comentó en un comunicado reciente: “Nos preocupa sobre todo el creciente número de niños no acompañados y mujeres que huyen por temor a ser reclutadas por la fuerza por parte de bandas criminales y por miedo a la violencia sexual o a ser asesinadas”.
El crimen y la violencia, que desde hace dos décadas constituyen la mayor preocupación de la población, afectan sobre todo a los sectores populares. Si bien es cierto que se cometen diversos delitos, destacan entre ellos los homicidios y las extorsiones realizados, casi siempre por las maras.
Las muertes violentas han alcanzado niveles alarmantes, especialmente en Honduras y en El Salvador, siendo dos de los tres países con mayor número de homicidios por cada 100,000 habitantes en el Continente.
Según la revista Foreign Affaires Latinoamérica, las víctimas son en su mayoría hombres jóvenes de zonas marginales que son asesinados con armas de fuego. Por otra parte, la llamada “renta”, que antes se componía de colaboraciones monetarias a pequeña escala, evolucionó al cobro sistemático y de cuantiosas sumas de dinero. Los blancos son amplios y variados: abarcan desde el transporte colectivo, hasta comerciantes, vendedores ambulantes, restaurantes y bares.
La magnitud de este negocio, supuestamente millonario, se desconoce porque muchas víctimas no interponen denuncias por miedo a sufrir represalias. Tanto los homicidios como las extorsiones son asociados con el Barrio 18 y la Mara Salvatrucha (MS-13), las principales pandillas callejeras (llamadas “maras” en el argot local).
Y mientras gobiernos como el del Salvador intentan llevar a cabo planes de tolerancia cero ante las pandillas, los cierto es que se siguen enseñoreando de la región y lo que nació en Los Ángeles (California) como una forma de defensa e identidad, ha terminado convirtiéndose en un enorme botín de dinero, miedo y sangre.
Y todo eso sigue como en la oscuridad comunicativa. Hasta que nos alcance a nosotros.
Publicado en Siempre!