Apenas el sábado 11 de junio la comunidad internacional se enteraba del tiroteo en el que fue asesinada la cantante de “The Voice”, Christina Grimmie (22 años de edad) en Orlando, Florida, y la madrugada del domingo 12 esta emblemática ciudad del imperio Disney volvía a cubrirse de sangre.
La masacre del bar gay “Pulse” en el centro de Orlando: la más grande masacre en la historia de Estados Unidos, deja al menos 50 muertos y 53 personas heridas. Y, de nueva cuenta, una honda discusión sobre el tema del armamento personal. La Asociación Nacional del Rifle sigue mandando en un país donde, por ejemplo, en el Estado de Texas, la gente puede andar armada por la calle.
Muchos problemas sociales se entrecruzan en el tema del “Pulse”: el terrorismo, la homofobia, el racismo (se celebraba la noche latina) y la incapacidad de las autoridades estadounidenses de detener la fiebre de violencia y fuego que asuela al país, de costa a costa. El pasado domingo fue Orlando, mañana puede ser en cualquier puesto de hamburguesas.
Mientras sea más sencillo comprar una ametralladora que una aspirina (la doble moral estadounidense), es difícil no creer que esto se repetirá, cada vez con mayor número de justificaciones. El terrorismo ha encontrado terreno fértil en un país donde —en nombre de la libertad de empresa y del “sueño americano”— los vendedores de muerte se instalan en los centros comerciales, como si de un puesto de jícamas se tratara.
Y de ese miedo, o de esa fanfarronería, se alimenta gente como Trump. Quien, por cierto, sí puede ganar la presidencia.
Publicado en Revista Siempre!