Fieles a nuestra promesa, en este número de El Observador nos dimos a la tarea de sistematizar el conjunto de tareas específicas que el Papa Francisco nos dejó a los mexicanos (todos) como camino para recuperar la luz frente a estos días de sombra.
Son muchas, variadas, importantísimas. Van desde el pedir perdón (en los hechos) a los indígenas, hasta luchar para que las “tres t” (techo, trabajo y tierra) sean nuestro legado a las generaciones venideras. Tocó todos los temas que nos preocupaban. Y los que no, los tocó en el avión de regreso a Roma.
Fue un auténtico vendaval. Un viento fuerte que se llevó el corazón de los mexicanos y que, a cambio, nos gritó a cada uno, con voz poderosa, que no seamos egoístas; que respetemos la dignidad de los demás, aprendamos a trabajar en equipo, cuidemos a los jóvenes, a los niños, a los enfermos, a los presos, a los indígenas, a los descartados; y a no entrarle, por ningún motivo, a la resignación, al desánimo, a la indiferencia, al “me da igual”.
Antes de venir dijo que no era “rey mago”, cargado de regalos y soluciones para los problemas de México. Dijo, sí, que venía a mirarse y a ser mirado por Guadalupe. Y por la gente sencilla. La miró y los miró. Se miró en los ojos de la Madre. Nos dejó la responsabilidad de ser tenaces. Y transmitir el Evangelio… alegremente.
Publicado en la edición impresa de El Observador