El mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Paz, celebrada el 1 de enero, apenas amanecido 2016, nos da una pista para enmendar los propósitos ineludibles de Año Nuevo: vencer la indiferencia.
Cambiar para seguir iguales no sirve para nada. Es el método del gatopardo que tanto gusta a los políticos. Nosotros no somos políticos, pero vivimos en la polis, en la ciudad. Y ahora somos ciudadanos del mundo. Por lo tanto, hacemos política. Por activa o por pasiva. Sin embargo, la paz no se construye pazguatamente, como dicen que decía “el chinito”: nomás milando… Estriba en esforzarnos al máximo de nuestras capacidades por el bien común.
Ya sé que es lenguaje muy trillado. Es necesario repetir cien veces que estamos hechos para los demás. Que sin los demás somos hombres y mujeres muertos en vida. El odio construye enormes catedrales de odio. El amor, y solo el amor, se empeña ladrillo a ladrillo en levantar modestas catedrales de reconciliación.
En un mes –Dios mediante– viene el Papa a México. Preparemos en el corazón su visita. ¡Que no sea pura emotividad, sino que encuentre mexicanos dispuestos a rifársela por los más pobres; por la educación de los que no saben; por dar consejo a los aturdidos; por alimentar a los que tienen hambre de comida y hambre de conocer a Dios!
En otras palabras: dispuestos a rifárnosla por implantar, con arrojo, con espíritu cristiano, con el desprendimiento del misionero, el reino de la misericordia. Solamente así podremos gritar sin rubor: “¡México, siempre fiel!”