En muchas partes de México se tiene a los poderosos narcotraficantes como una suerte de súper héroes que desprecian la muerte, que burlan al gobierno, traen camionetas último modelo, se baten a tiros con sus contrincantes, a veces los descuartizan o los disuelven en aceite hirviendo, y sostienen poblaciones completas, como el rancho Las Tunas, donde “El Chapo”, Joaquín Guzmán Loera, es el modelo de self-made man a seguir.
A esto ha contribuido los llamados narco-corridos; canciones populares (un género muy mexicano, que nación de la Revolución de 1910), en las que los grupos de música norteña “inmortalizan” las andanzas de los capos de la droga, haciéndolos ver como si fueran luchadores sociales, vengadores anónimos de las torpezas del gobierno y de las condiciones de pobreza a las que tiene sumida a 60 por ciento de la población del país.
Con la tercera – y probablemente definitiva – captura del narcotraficante “más buscado del mundo”, ha ocupado los titulares de los periódicos mexicanos (todos los comentaristas lo tocan) el tema no del imperio de corrupción pasmosa que construyó en el país y en muchos otros del continente americano; no el tema de sus múltiples homicidios, ni siquiera el de sus nexos con autoridades políticas o militares, sino la entrevista que hicieran con él, para la revista estadounidense “Rolling Stone”, el “niño terrible” de Hollywood Sean Penn, y la actriz mexicana Kate del Castillo.
Resulta que a “El Chapo” le entró la vanidad y quiso, desde la cárcel de máxima seguridad de El Altiplano, que alguien hiciera una película de su vida. Entonces estaba preso (por segunda ocasión) e incomunicado, según las autoridades que lo cuidaban, por lo que nadie tomó en cuenta sus comentarios a los compañeros de celda. Pero, tan incomunicado estaba, que comenzó a contactar a la actriz mexicana Kate del Castillo, a la que llamaba, en clave, “Hermosa” o “Dama”.
Del Castillo había escrito una carta pública en 2012 en la que, entre otras perlas decía: “Hoy creo más en el Chapo Guzmán que en los gobiernos que me esconden verdades aunque sean dolorosas, quienes esconden la cura para el cáncer, el sida, etc. para su propio beneficio y riqueza.”
Luego lo animaba a traficar con amor y no con drogas. Y a echarle la mano en su tarea (la de Kate del Castillo) de poner en evidencia a gobierno, religión, iglesia, al matrimonio, a todo. “El Chapo” se la creyó. Y le pidió que hiciera una película de su vida. El contaría todo en exclusiva cuando recuperara su libertad.
Una vez que esto sucedió, Del Castillo contactó a Sean Penn, amigo de los hermanos Castro de Cuba, de Maduro y Chávez… Y ambos, auspiciados por “Rolling Stone”, fueron a ver al narcotraficante a su misma guarida. Lo entrevistaron. Hicieron lo que no pudo hacer ni el Ejército, ni la Marina, ni la DEA, ni la CIA, ni el FBI, ni nadie. Platicaron con él, les habló a cámara, les dio teléfonos celulares, se comunicó seguido. Les dio el guión con sus andanzas.
Dos actores que, de pronto, le ganaron la primicia a todos los periodistas del mundo. Y a los perseguidores del criminal, que ya se había fugado por un túnel de kilómetro y medio del penal del Altiplano, el de mayor seguridad de México. Ahora, la guerra mediática se divide entre quienes acusan a Penn y a Kate del Castillo de ser cómplices de “El Chapo” y quienes los acusan de ser señuelos del gobierno para dar con él. O de quienes los alaban por su valentía y capacidad de ganar la nota.
Una cortina de humo que esconde el inmenso negocio del narco. Un negocio que involucra a mexicanos y estadounidenses por igual (si no, ¿cómo se explica que la droga mexicana llegue a las calles de Nueva York?). Pero ésa es otra historia. Como también lo es su posible extradición a los Estados Unidos, pedida por el propio Barack Obama. Cosas de poca monta. Lo que hoy se tercia es seguir hablando de si Kate y Penn se llevan; que si lavaban dinero de “El Chapo”; de si son socios, o eran socios, de la inutilidad de los periodistas, de la Marina, del Ejército, de la DEA, de la CIA, del FBI…
Publicado en Aleteia