De todos los días

JuanManuelMarquezUna vez escuché esto: “Sí, es bueno aspirar a la santidad, pero no tanto”.  Es lo que se usa.  La santidad como ideal.  Como tortura y cilicio.  Edad Media dibujada por las mentiras de Dan Brown y sus “códigos Da Vinci”.

El esquema que nos ha reavivado Francisco, con santos olvidados, nuevos, asombrosos, es el esquema de la Iglesia.  La santidad es para todos.   No con “cara de funeral”.  Con la alegría del que se sabe, a la vez, hijo y niño (la doble acepción de “Kind” en alemán). 

Ya no hay que esperar “milagritos” de hombres y mujeres cuyas virtudes no pasaron desapercibidas a sus familias, su comunidad, sus amigos, fieles, discípulos, hermanos o parientes.  Pasamos a un segundo nivel.  Al nivel de la mimesis.   De la imitación.  Un nivel que tiene en la imitación de Cristo su punto más alto.

Acaba de morir, a los 91 años, el filósofo francés René Girard.  Hizo una teoría extraordinaria de la mimesis: Cristo introdujo la imitación (como máxima aspiración) del desprendimiento, de la inocencia, de la humildad.

La tesis que, laboriosamente, construyó Girard se ve reflejada, por ejemplo, en la historia que hoy presentamos del boxeador Márquez.  Un tipo duro, apodado “Dinamita”, que venció a Manny Pacquiao y que ahora dedica sus afanes a promover un documental sobre los cristianos perseguidos; que vive en la fe y desde su esquina, en el ring de la vida, defiende el capital ganado en 64 combates profesionales cambiando aquello del “Ratón” Macías: el “todo se lo debo a mi manager” por un “todo se lo debo a Dios”.

¿Es santo Márquez?  Solo están tratando de imitar a Cristo.  Es el camino.  La mimesis que salva, aunque al ser humano solamente se le conozca por su final.

Publicado en El Observador de la Actualidad