Esta ocasión es la segunda en que El Observador circula el boletín de Ayuda a la Iglesia que Sufre. En la primera vez se tocó a Iraq. Hoy es el turno a los católicos perseguidos en China.
Hace 60 años, cuando Mao Zedong tomó el poder en China, la Iglesia católica quedó proscrita. Y se acordó sustituirla por una iglesia oficial, auspiciada por el régimen, bajo el nombre de “Asociación Patriótica Católica China”.
Exactamente el mismo esquema que llevó a cabo en México, el presidente Plutarco Elías Calles con el peculiar sacerdote oaxaqueño José Joaquín Pérez Budar, “el patriarca Pérez”, al impulsar, él y Morones, en 1925, la “Iglesia católica, apostólica, mexicana”.
Ya se ve que los dictadores tienen sueños de reformadores. El pequeño y terrible problema –para los católicos de aquí y allá– es que esos sueños terminan en ríos de sangre, en martirio y cárcel, destierro, tortura y exilio. En nuestro país, la prohibición de toda manifestación católico trajo 250 mil muertes a rastras (por la guerra cristera de 1926 a 1929); en China, miles encarcelado, obispos, sacerdotes, fieles laicos. No sabemos cuántas muertes, ni cuántos mártires.
La asociación Ayuda a la Iglesia que Sufre, desde México, se ha empeñado en aliviar en lo que se pueda, la terrible situación del catolicismo chino. Recurre hoy a los lectores de El Observador. Nosotros, con entusiasmo, nos sumamos a esta cadena de solidaridad católica. Nos separan muchos kilómetros de mar, nos une el mismo amor a Jesús.
Voy a repetir las palabras de Charles Péguy: “Cristiano es el que da la mano. El que no da la mano no es cristiano. Y no importa lo que haga con esa mano”. China no está lejos. Está en el corazón de la Eucaristía.
Mayor información: ayudaalaiglesiaquesufre.mx
Publicado en El Observador de la Actualidad