Está por concluir la visita pastoral del Papa Francisco a Cuba y Estados Unidos. Visita histórica por los encuentros, las advertencias, las innovaciones, las sorpresas, los tragos amargos, los tumultos, el oportunismo político y la efervescencia de una Iglesia, la Iglesia católica, más viva que nunca.
¿Cómo podría ser posible resumir todo este tumulto de información, de esperanzas y de avisos de reconciliación entre los pueblos y los hombres? Toda selección es arbitraria. La mía trae a este espacio el encuentro con las familias en Santiago de Cuba.
Las palabras del Papa estuvieron llenas de amor y de humor. De recuerdos pequeños y de anécdotas graciosas (las mujeres que le enseñan “la panza” de embarazadas en las audiencias del Vaticano, por ejemplo).
Dieron dimensión a la familia humana y cristiana, ahora que comienza en octubre el Sínodo en el que muchos medios de comunicación han adelantado un “choque de trenes” entre el “ala conservadora”, antagonista del Papa Francisco, y el “ala liberal”, encabezada, supuestamente, por el propio Pontífice.
Una idea: ¿Queremos futuro?; “Dejemos un mundo con familias”. No con misiles,, coches, Internet o nanotecnología, sino con esa sociedad natural en la que hay padre, madre e hijos; en la que se comparte el dolor y la felicidad, el sacrificio y el alimento… Qué importante es –para el Papa—que una familia coma junta, rece junta, aspire, junta, a cambiar la injusticia…
“Es cierto, no existe la familia perfecta, no existen esposos perfectos, padres perfectos ni hijos perfectos, pero eso no impide que no sean (las familias) la respuesta para el mañana”, dijo Francisco. ¿Eso impide la formación de la Iglesia doméstica? Claro que no. Lo único que lo impide es el “yo, mí, me, conmigo”. El egoísmo de una sociedad fragmentada y masificada.
Publicado en El Observador de la Actualidad