Acabo de terminar de leer —de un tirón, como suele decirse— la nueva novela del semiólogo italiano Umberto Eco (Alessandria, 1932). Todos los que hemos trabajado en medios impresos reconocemos el nombre: Número Cero (Lumen, México, 2015), es el número del periódico, de la revista, que no va a salir al público pero que servirá, en el mejor de los casos, para dos temas: para convencer a los anunciantes y a los patrocinadores de la maravilla que traemos entre manos y para conformar un equipo mínimo, a sabiendas que con el trajín de los días —cuando ya sea real y haya salido el número uno— nos vamos a ver prontamente rebasados.
Pero no sabíamos —Eco lo descubre— que también sirve para encubrir la verdad. El escritor de El Nombre de la Rosa ha escrito una sátira complicada para quienes no se hayan enterado de política italiana de los noventa (la historia crece en unos meses de 1992) para atrás (el centro de la trama es la presunta no muerte de Mussolini y la implicación de los fascistas en un eventual golpe de Estado en la Italia post-68, con ramificaciones en la muerte de Juan Pablo I, el atentado de Juan Pablo II, las Brigadas Rojas, el asesinato de Aldo Moro…), pero que parte de algo que cada día toma más vigor, es decir, que “No son las noticias las que hacen el periódico sino el periódico el que hace las noticias” (p. 58).
El narrador —un tal Colonna, milanés, cincuentón, fracasado en varias aventuras editoriales, librescas, de traducción del alemán, etcétera— es contratado para fungir como jefe de redacción de un periódico que llevará por nombre Domani (Mañana). El jefe editorial (Simei) responde a la intención de un personaje que nunca se sabe bien a bien quién es, pero que ha decidido invertir buena pasta en la redacción de 12 números cero que jamás verán la luz. Son números cero para chantajear y para fanfarronear. Por eso, desde el principio, Domani se planteó como una aventura mediática capaz de mentir imaginando la realidad tal cual es.
Los recovecos son muchos. Quizá demasiados para una novela tan corta (apenas 218 páginas con tipo de letra grande). Pero al final uno descubre la trama: que “los periódicos no están hechos para difundir sino para encubrir noticias” (p. 169). Husmear el encubrimiento de una información es, desde luego, mucho más peligroso para el poder que difundir la verdad. Porque la verdad difundida por los medios ya nadie la cree, así sea la verdad por la que algunos matan. La prensa en general —la radio informativa, los noticiarios de televisión— están montados sobre este principio: que lo importante (en el rejuego del poder) no es lo que se dice, sino lo que se guarda en el cajón que se usará mañana, o en un “número cero” que no se usará nunca.
Publicado en Revista Siempre!