Está en boga el término “nueva evangelización”. Es nueva no porque cambie el Evangelio, sino porque cambia el método, la manera, la forma de comunicarlo. Nuevos ardores y antiguas esperanzas: que el Evangelio cambia el corazón de piedra y lo vuelva un corazón tendido al prójimo; un corazón amoroso.
El Papa Francisco no propone algo así como un “método canónico” para evangelizar los lenguajes de los medios de comunicación o para insertarse en el continente digital. Tampoco para fomentar la “cultura del encuentro” y hacer frente a la subcultura del descarte.
Pero se puede descubrir en Francisco una característica fundamental de la difusión del Evangelio en el “cambio de época” al que hacía alusión el documento final de la V CELAM en Aparecida (Brasil, mayo de 2007): hacer de la comunicación una cercanía. ¿Y eso? ¿Qué quiere decir o qué le puede decir al común de los mortales?
El 8 de abril de 2006, en una conferencia pronunciada en Buenos Aires, durante la cena mensual de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), el cardenal Jorge Mario Bergoglio perfiló –quizá proféticamente—lo que iba a marcar los primeros años de su pontificado en la forma de comunicar la Buena Nueva en un contexto marcado –como él mismo lo diría en Lampedusa—por “la globalización de la indiferencia”.
Un solo párrafo: El desafío es “hacerse prójimo para que –a través de esa comunicación de cercanía—se implante la verdad, la bondad y la belleza, que trascienden la cultura y la espectacularidad y que, mansamente, siembran humanidad en los corazones”.
Ése es el desafío, entonces y ahora. Un desafió alegre y gozoso. Que nos impulsa y nos constituye en la memoria colectiva del más grande acontecimiento de la historia: la encarnación de Dios.
Publicado en El Observador de la Actualidad