Los modos y las modas europeas de pensamiento encumbran y bajan con la misma rapidez a pensadores, filósofos, teóricos y teólogos postmodernos. De Gianni Vattimo a Peter Sloterdijk; de Umberto Eco y Jürgen Habermas desembocamos, hoy mismo, en el excelente Byung-Chul Han.
Nacido en Seúl, Corea del Sur en 1959, Han llegó a Alemania con 30 años de edad a estudiar literatura —antes era ingeniero metalúrgico— y ahí se dedicó a la filosofía y a la teología. De la mano del pensamiento de Heidegger ha venido amasando una obra extraña y sugerente. La cumbre, o al menos eso podemos suponer, pues en español son los dos únicos libros que han sido traducidos, son La sociedad del cansancio y La sociedad de la transparencia, ambos editados por Herder.
La tesis de Han es que el hombre moderno ya no está expuesto a los virus que provienen de lo externo a él, sino al virus que proviene de lo íntimo. Y el ataque más crudo que sufrimos es motivado por la corrosión del carácter que implica la búsqueda del éxito. Una búsqueda que está plasmada en cada uno por la publicidad y los medios. Lejos de ser cada quien lo que cada quien es, se nos invita, constantemente, a ser-otros. Otros delimitados por la noción occidental de éxito. La competencia descarnada marca el cansancio y la desesperación de la gente.
Por otro lado está la demanda de transparencia. Parecería un logro democrático. Pero Han demuestra que no es así: los máximos sinónimos de la libertad, Google, Twitter, Facebook, no son otra cosa que el gran ojo que todo lo ve y, al verlo, todo lo domina. Los límites de lo privado y lo público han quedado rebasados. Todo es público. Un gran circo pornográfico donde la gente nos desnudamos con alegría y dejamos que se nos convierta en clientes transparentes del monstruo invisible, el panóptico.
Cada uno se entrega, voluntariamente, a la mirada panóptica, termina diciendo Han en su libro sobre la sociedad transparente: “A sabiendas, contribuimos al panóptico digital en la medida en que nos desnudamos y exponemos. Ahí está la dialéctica de la libertad que se hace patente como control”. Quizá por vez primera en la historia de la humanidad, todos juntos pertenecemos a un mismo dueño que, a falta de nombre, le podemos llamar “el panóptico digital”.
Publicado en Revista Siempre!