Los alcaldes de muchas partes de Venezuela están repartiendo una oración que empieza diciendo: “Chávez nuestro que estás en los cielos…”. Al candidato oficial, Nicolás Maduro, se le apareció un pajarito, mientras oraba en una capilla de madera “chiquitica”. Según él, era ni más ni menos que el comandante recién fallecido que le decía, a silbidos, que comenzara la batalla política en contra de la reacción y ganara la presidencia del país. Más aún, el chavismo se ha apuntado a la Iglesia de los pobres, que quiere el Papa Francisco, diciendo que es una “conclusión” y el inicio continental del sueño bolivariano, sembrado en vida por el comandante Hugo Rafael Chávez Frías…
Cualquiera que sea el resultado de las elecciones en Venezuela, lo que se ha visto en estas dos últimas semanas es un uso indiscriminado, brutal, absolutamente perverso de Cristo, de la Iglesia, del Papa, a favor del chavismo y en contra de “la burguesía”, representada en Venezuela por todo aquél o aquélla que no piense como “debe” pensar; es decir, como quiere que piense el aparato en el poder.
Las dictaduras populistas mesiánicas de América Latina no olvidan nunca el elemento religioso que late en el corazón de nuestros países. Somos casi 500 millones los católicos en el continente. La mitad de los católicos del mundo. Y eso lo saben los Chávez y sus secuaces. No falta quién –imitando a Plutarco Elías Calles—invente su propia iglesia, como la del patriarca Pérez, para bautizar, confesar, casar y ordenar sacerdotes, en nombre del gobierno.
Hugo Chávez quiso influir en el nombramiento de obispos, le enmendaba la plana al Papa, hablaba del “verdadero” cristianismo, etcétera. Era un populista redomado, pero no tenía un pelo de tonto. Sabía muy bien que sin considerar el elemento religioso, el pueblo no apoya. Basta ver cómo en Cuba, tras 54 años de “revolución”, el sentido religioso sigue presente. Juan Pablo II y Benedicto XVI se lo mostraron al mundo.
La hora de América Latina tiene su reloj puesto hoy en Venezuela. O volvemos al populismo oscuro del siglo XX –a veces masón, siempre matón– o nos ponemos las pilas y volteamos a ver nuestra identidad católica, al amor, para salvar a los pobres del naufragio y construir la esperanza. En esa disyuntiva estamos.
La religiosidad es una fuerza poderosa, esto lo saben muy bien los políticos, por ello es que en Venezuela los partidarios del fallecido Hugo Chávez han querido apropiarse de Cristo y de la Iglesia para seguir manteniendo el poder, se convierte el cariño que despertó el «Comandante» en idolatría.
Publicado en El Observador de la Actualidad