Al concluir el sexenio de Felipe Calderón, queda un resabio de transición frustrada. Por lo menos en lo que cabe decir de los medios de comunicación de masas y de la regulación estatal de las concesiones a los medios electrónicos. En ningún lado apareció la democratización de la democracia.Es decir, no hizo fuerza la idea del cambio o de reforma a un sistema de privilegios que dona a pocas manos —casi dos— la posibilidad de expoliar la economía y abaratar la conciencia de millones de mexicanos.
Desde luego, en este sexenio destaca la ominosa muerte de periodistas de ambos sexos, reporteros, camarógrafos y un largo etcétera, fue la nota brutal del ámbito de la comunicación pública. La puesta en marcha de un modelo de guerra frontal en contra del narcotráfico y del crimen organizado, el discutido sacar el Ejército y la Marina a las calles, trajo aparejada la muerte de más periodistas que nunca en nuestra historia moderna, convirtiendo a México en uno de los países más peligrosos del mundo para el ejercicio de esta tarea. El más peligroso en el Continente.
Lo he dicho a lo largo de los años, en esta columna, cada vez que un nuevo caso se agregaba a la ristra de sangre: si el periodismo se ejerce bajo amenaza de muerte, la sociedad está tocada, también, de muerte. La desconfianza cunde. Y el miedo. Son los dos grandes elementos (antidemocráticos) que hacen naufragar todo intento de participación social en los asuntos de la “polis”. En lo que respecta a la televisión abierta, nada se hizo en contra del aberrante estímulo consumista que ésta detenta en exclusividad (mejor sería decir: en impunidad).
Los 148 mil millones de pesos gastados por la gente en el último buen fin, demuestran a quien quiera verlo que México se ha convertido en un gran casino. Su contraparte, las casas de empeño, ha crecido hasta abarrotar las ciudades medias del país. La invitación al consumo irresponsable, que día a día bombardea nuestras casas, ha motivado, colateralmente, la proliferación de la usura disfrazada de dinero en minutos. Las familias se endeudan hasta la saciedad. No pueden pagar los altísimos intereses del plástico. Tienen que acudir a lo que antaño se denominaba el Montepío. Quedan contra la pared. Viven pensando en qué cosa podrán empeñar mañana para poder retener el nuevo icono del prestigio postmoderno: la pantalla de plasma en la pared del tugurio.
Felipe Calderón puede haber tenido aciertos, como por ejemplo la propuesta del apagón analógico. Pero su paso —como el de Fox— al frente del Ejecutivo en lo que respecta a las comunicaciones sociales, quedó deslavado por la fuerza de la costumbre de darlo todo a las alianzas por conservar el poder y el mando. Y encima, perdió Los Pinos.
Publicado en Revista Siempre!