Los enviados

Los ángeles, según el vocablo griego del que procede el nombre, son «enviados» (ángelos). También son los «nuncios». De la palabra griega viene la latina nuntius. Son los enviados, los anuncios de Dios a los hombres. Su característica principal es doble: son seres espirituales y son seres que han sido asignados (por Dios) a cada persona, a cada uno de nosotros.

Por supuesto que su misterio nos rebasa. Hay unos que dicen que, como no los pueden ver, no existen. Tampoco creo que puedan ver a la justicia. O el amor. Y eso no significa que no existan. Justifica, nada más, la necedad de solamente creer en lo que se ve, se toca, se palpa, se huele o se degusta.

También es doble su misión: son enviados con algún mensaje (la Anunciación a María y la Resurrección a las mujeres son los dos más grandes mensajes que han traído los ángeles a la humanidad entera), o son portadores de un servicio divino (cuando concluyeron las tentaciones a Jesús, lo sirvieron: cuando los invocamos y superamos una tentación, nos han servido, igualmente, a nosotros).

En mi familia todas las noches rezamos —cada uno de sus miembros— a nuestro ángel de la guarda. Le decimos «angelito» porque está con nosotros desde niños. Desde el vientre de nuestra mamá (otra razón para oponerse al aborto). ¿Cuántos favores hemos recibido de él sin saberlo? Yo creo que muchísimos. Cada uno analice su vida actual y vea la cantidad de ocasiones que ha estado en peligro de muerte, mutilación o desamparo. La vida que poseo actualmente no es resultado de «suerte». Tampoco casualidad: es un regalo muy grande. Un don que se conserva por la misericordia divina a través de nuestro ángel custodio.

Los santos han logrado ver a sus propios ángeles custodios. Incluso negociando con los ángeles de otros. Nuestra visión es muy limitada porque nuestro amor a Dios es muy limitado. Sin embargo, si invocamos al ángel bueno, va a venir y tendremos vida en abundancia. Si cedemos a la tentación, llegará el ángel caído. Ése nos susurrará al oído que no nos dejemos llevar por la bondad. Que la bondad es enemiga de la alegría. Hacerle caso es hundirse en la muerte.