Si don Efraín González Luna —fundador e ideólogo del PAN— hubiese sido consultado por el hijo de uno de sus mejores amigos sobre si se justificaba, desde la plataforma de su partido, emprender una guerra contra los enemigos de la patria o contra el crimen organizado, hubiera respondido, tajante, que no.
Don Efraín había tenido contacto, en 1942, con el gran filósofo cristiano Jacques Maritain. Habían trabado, incluso, amistad a partir del encuentro que tuvieron ese año, durante el Congreso Interamericano de Problemas Sociales, celebrado en Estados Unidos. Pero ni la fama ni el indudable influjo que tuvo Maritain —autor de Humanismo Integral en la concepción del “humanismo político”, piedra angular del PAN propuesta por González Luna— impidieron que éste se opusiera a la tesis de Maritain —influido, en 1943, por la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial— a la inhibición, así fuera temporal, de la norma jurídica.
Maritain se planteó en un artículo si la guerra obligaba a los agredidos a la justa represalia y a prescindir, aunque fuera por un lapso corto, de “ciertas reglas jurídicas”. Hoy diríamos a prescindir, momentáneamente, del respeto a los derechos humanos. El filósofo francés decía que la respuesta debería quedar en suspenso porque la guerra de Hitler estaba en su apogeo y no tenía capacidad para dar una solución de fondo a esta interrogante del corazón cristiano. Sin embargo, en un artículo de La Nación (número 67, 23/I/1943), don Efraín señalaba que ese simple titubeo de Maritain era un signo ominoso de lo que estaba pasando en el mundo, que arrastraba a las mejores mentes a abrir, así fuera de manera subrepticia, las puertas a la violencia y al crimen.
El combate a los agresores —sustentaba González Luna en su escrito— debe hacerse basado en la justicia. La justicia no carece de armas; un eficaz sistema de prevenciones y sanciones contra los transgresores de la norma era, y en esos momentos más que nunca, una tarea indeclinable de los servidores del espíritu (Cinco Cristianos en Política, Imdosoc 2005). El fin, nobilísimo y necesario de librar a la sociedad de sus enemigos, no justificaba los medios. Era echarle leña al fuego. El razonamiento del humanismo político, del humanismo integral, del humanismo cristiano de Maritain y del propio PAN tenía (y tiene) que estar muy arriba de cuestiones personales, de banderas y de actos circunstanciales, aunque urgentes. La guerra no exime del respeto a los derechos humanos. Más bien lo exige, para no prolongarla. Sujetarse a lo transitorio puede significar cancelar lo trascendente. Mirar el árbol hace perder el bosque. No está en juego algo menor durante una guerra, sea en contra quien sea: está en juego el alma humana.
Se diría que González Luna teorizaba desde México y que Maritain padecía lo que estaba sucediendo en Europa. ¿Eso invalidaba su pensamiento? ¿Invalidaría hoy que, en la guerra contra los cárteles de la droga, se exigiera el primado de la justicia sobre el recurso pragmático de la superioridad de fuego? Cientos de críticos de la estrategia seguida por el hijo de don Luis Calderón Vega piden la superioridad de fuego contra el crimen. Otros, que se meta el polvo debajo de la alfombra. Pocos hablan de las armas, de la justicia. ¿Será porque no le ven armas? ¿O porque, como don Felipe Calderón, se prohíben usar las buenas y viejas armas del humanismo para enfrentar una guerra?
Publicado en el periódico El Universal Querétaro