A la mitad de las campañas políticas, la moneda está en el aire. Tras el post debate y los abucheos de Peña Nieto en la Ibero, las cosas parecen encontrarse en un punto muerto. Josefina no avanza, AMLO se queda donde está. Pero, ¿es esto realidad?
No, no lo es. Cuando decimos que el triunfo del PRI es un hecho, estamos siendo víctimas de una publicidad insidiosa, que señala que no hay ni indecisos ni gente que, en este momento, no tiene idea por quién va a votar. Y es el mayor porcentaje del padrón electoral. El mayor contingente. Nuestra democracia no ha alcanzado adultez alguna: sigue dependiendo de la dádiva, del hueso, del juego —perverso— de “ganar la percepción” para ganar la elección.
Las campañas se parecen como tres gotas de agua. Así está diseñado el tráfico electoral en México: prohibido decir algo que signifique verdad. Lo que los estrategas piden al candidato es simulación a tiempo completo. A sabiendas que no se puede, usted diga que va a regalar bonos de once mil pesos a cada familia; que va a hacer socios de Pemex a los mexicanos mayores de ocho meses de edad; que va a firmar seis mil compromisos ante notario público. ¿A quién le importa que no los vaya a cumplir; que no seamos socios de Pemex nunca; que el subsidio a cada familia sea de once pesos?
La publicidad política se ha convertido en publicidad comercial: importa la seducción no el producto. Mucho menos el servicio. Se compra a Peña Nieto porque se vende una imagen de un caballerito correcto. Se compra a Josefina porque es una mujer que hace aerobics, moderna aunque de corte clásico. López Obrador es puesto en el escaparate como el que va a arreglarlo todo, una especie de mil usos de los desheredados. Evidentemente, ninguno es lo que se dice que es en su publicidad.
Los partidos políticos han perdido la brújula —si es que alguna vez estuvieron situados en la dirección correcta. Han dejado las elecciones en manos de los especialistas en mercadotecnia política, una “ciencia” que no existe; un conocimiento empírico, que basa su epistemología en “el arte de vender”. Supeditados a la generación de falsas necesidades, los especialistas en marketing han trazado campañas exitosas con el mismo presupuesto de los anuncios comerciales: hacer que la gente aspire a tener algo que no necesita. Y que esa aspiración se vuelva motor de su existencia.
México no necesita presidente de apariencia. Necesita, hoy es urgentísimo, presidente con ideas, con proyecto de nación, con acendrado patriotismo. Salir al mercado electoral y vender bisutería, nos está armando un lío tremendo. Y nos puede generar el escándalo del producto defectuoso que no admite devolución.
Publicado en Revista Siempre!