Misionero

El paso de monseñor Faustino Armendáriz Jiménez, como IV obispo de Matamoros, es descrito con entrañable cercanía, por la periodista Karina Elisama Conde Padrón, en el libro-homenaje cuyo nombre da santo y seña a la labor del hoy obispo de Querétaro: Misionero. La participación en el Sínodo de la Palabra de Dios así como en la Asamblea General de la CELAM en Aparecida, confirmaron y relanzaron la propuesta misionera de don Faustino. Y el retrato de él, con profusión de fotografías, que ofrece Karina Conde no deja lugar a dudas. Se puede leer y contemplar la actividad –casi diríamos frenética—del obispo don Faustino en una ciudad, en un puerto, en una frontera, en una diócesis complicadísima por la violencia y el trasiego de drogas, migrantes, contrabando… Matamoros ha sido uno de los puntos rojos del panorama del México violento. Pero, como intitula Karina Conde uno de los capítulos del texto, “la violencia no frenó su obra misionera”. Antes al contrario, le descubrió un camino que, con valentía, hubo de recorrer, rezando por la paz, actuando por los más necesitados de consuelo, con los migrantes, los niños, los ancianos, los enfermos…

La lista de los sitios socorridos por don Faustino agrupa la Casa del Migrante, la Casa del Indigente, la Casa Hogar de Matamoros, la atención, en toda la diócesis, a comunidades dañadas por desastres naturales, la extensión de la ayuda social de la Iglesia a otras poblaciones como Reynosa y Río Bravo, generación de albergues, de comedores parroquiales, y, sobre todo, lo que el propio obispo llama “el visiteo”, casa por casa, para llevar hasta los ambientes más necesitados el Evangelio.

“Monseñor Faustino Armendáriz consumó un apostolado humano y cercano a la gente. Un obispo misionero que se entregó a la Diócesis de Matamoros sin reservas, donde se ordenó y aprendió a ser Obispo”, dice en su presentación Karina Conde. Y eso es lo que trata de mostrar el texto. Las fotografías son elocuentes. Me quedo con la de la página 56. Don Faustino, con la Biblia en la mano, hablando –en “el visiteo”—con un jovencito que sostiene un pan y un vaso de agua, bajo el dintel de una puerta de lámina. El obispo le dice algo con firmeza, mientras el jovencito se toca la frente, el pelo (quizá se rasca un poquito) con su mano derecho, en una actitud de comprensión recelosa: no es esto lo que yo espero de un obispo”, se estará diciendo a sí mismo. El pie de foto resume el libro: “Para monseñor Faustino Armendáriz, misionar no era un acto extraordinario, sino una obra que debe realizarse diariamente”.

La historia del obispo que hoy nos guía en Querétaro, narrada por una periodista de Matamoros, “donde aprendió a ser Obispo”.