Un nuevo fantasma recorre al mundo. El fantasma de la indignación. No se trata de un movimiento de jóvenes, o de desempleados, o de sindicatos, o de perdedores. Se trata de un movimiento neutro, que protesta contra la injusticia en todas sus variantes: financiera, en primer lugar.
Los ha creado el sistema neoliberal. Los ha puesto en la calle Wall Street. Los ha generado un modelo que ya tronó. En España, en Estados Unidos, en Chile, en México, grupos de indignados exigen, así como se oye, un “cambio global”. Las cosas no funcionan, al capitalismo salvaje se le cayó el peluquín. Sustentado en una banca venal y acomodaticia, arrullado por los gobiernos y respaldado en la voracidad de los propietarios, accionistas, dueños y mercenarios de variada índole, el globalismo financiero hace agua, se desploma. Y arrastra miles, millones de familias en su caída.
Dos cosas reclaman con insistencia los “okupas” de todo el mundo: empleos y cobertura social. Un cambio total de lo que hasta ahora ha dado a sus ciudadanos la democracia de Occidente. Del “kilómetro cero” de España (en la Puerta del Sol, en Madrid), el movimiento se ha extendido, de forma viral, a través de las redes sociales y ha infestado las plazas de medio mundo. Se pide igualdad de oportunidades, equilibrio en el gasto, moderación en el desperdicio, aliento a la nueva generación de trabajadores que ya no ven por dónde.
El movimiento mezcla todo. La repulsa a la bolsa de valores en Nueva York y al régimen de Berlusconi en Italia. El repudio por el PSOE y por Piñeira en Madrid y en Santiago de Chile. Pero la referencia es la misma: en Frankfurt frente al mercado financiero, en Londres, frente a la catedral de San Pablo, en la City. En Chile protestan por una reforma educativa, en Canadá por una reforma ambiental; en Portugal por la pesca y en Francia por el subsidio al agro. Los indignados son globales como repudio, locales como reivindicación.
Políticos y banqueros son los principales inculpados de una situación que amenaza con convertirse en tormenta extrema. Y esto apenas comienza. Los medios electrónicos de comunicación, como siempre, tratan de sacar la nota y escurrir el bulto. En especial la televisión. Nos muestra cómo los que ocupan Times Square son arrastrados por la policía pero no investiga a fondo en las causas de que tanta gente esté tan enfadada con el sistema. La razón es obvia. Es ella el pilar del sistema.
¿Hasta dónde va a llegar esto? Quizá la aparición de Julian Assange, fundador de WikiLeaks, en Londres, durante un mitin de los indignados, sea el símbolo de un movimiento nuevo, basado en redes sociales. El líder de las filtraciones que desnudaron la diplomacia de Occidente fue ovacionado como si fuera un héroe del movimiento. Las filtraciones no crean ciudadanía. Levantar el puño tampoco. Pero ayuda a sentirse acompañado. Como en el Facebook.
Publicado en Revista Siempre!