Llegamos al final del año 16 y al inicio del 17. Gracias a Dios, a los sacerdotes, a los fieles, a los anunciantes, a los distribuidores, a los trabajadores, a mi mujer, a mis hijos, a la Virgen que nos protege.
La historia comenzó en 1994. Maité tuvo la idea y los obispos de la entonces región Bajío, don Mario de Gasperín Gasperín (Querétaro), don Arturo Symanzki Ramírez (San Luis Potosí), don Rafael García González (León) y don Humberto Velázquez Garay (Celaya), la apoyaron. Don Rafael murió pronto (Dios lo tenga en su gloria). Don Humberto regresó a Culiacán. Los dos pilares, don Mario y don Arturo, siguen siendo eso: dos pilares de El Observador. Qué bendición tenerlos tan cercanos. Luego se agregó Matehuala con su primer obispo, don Rodrigo Aguilar Martínez. Fuimos un grupo unido, obispos y laicos haciendo periodismo innovador.
En julio de 1995 salimos a la luz pública. Tres mil ejemplares. Nos ayudaron los entonces empresarios Rolando García Ortiz, Francisco Garrido Patrón, Ignacio Loyola Vera y Eduardo Magaña Lusthoff. Ignacio y Paco fueron gobernadores. Rolando, presidente municipal. Eduardo Magaña, secretario de Salud. Todos de Querétaro Estado y Querétaro capital. La idea de periodismo católico cristalizó. Desde entonces, cada semana, sin faltar una sola, hemos estado en las manos del lector, en el corazón de las familias.
A 16 años de distancia, no dejo de darle gracias a Dios. El Observador se ha consolidado, ha crecido, se ha vuelto internacional (de la mano de Zenit, de EWTN, de Mariavisión) con sus páginas electrónicas y con su multitud de visitas diarias. Y se ha situado a las puertas de su conexión nacional. Saltillo nos ha otorgado su beneplácito. Otras diócesis nos piden apoyar en el camino de hacer buen periodismo, con buenas intenciones y con un nivel cultural de altura. Iremos ahí, donde nos llamen. Las nuevas generaciones empujan fuerte. No quieren –como Jesús—católicos pusilánimes. Ahora, con el ejemplo misionero de don Faustino Armendáriz Jiménez, obispo de Querétaro, con las clarividentes palabras del nuncio apostólico de Su Santidad Benedicto XVI, monseñor Christophe Pierre, con el aliento de monseñor Raúl Vera López, de los sacerdotes y laicos que publicamos en este número, no podemos más que elevar los ojos al cielos y darle gracias al Señor por tantas y tantas bendiciones.
Es un orgullo poderles servir. Es un honor ser periodista católico. Es una alegría muy grande saberme siervo inútil (pero empeñoso) en la construcción del Reino. Bloy decía que la mayor tristeza del hombre es no ser santo. Si –como dice en su felicitación don Mario de Gasperín—hemos contribuido a la conversión de algún lector, el boleto está pagado. Soy consciente de que la conversión tiene que comenzar por uno mismo. Nos restan los años que Dios quiera que nos resten. Seguiremos en la brega. Sabedores, con el Papa Paulo VI, que el mayor drama de nuestro tiempo es el divorcio entre fe y cultura. Valoramos la fe por encima de todo. Pero la fe que se hace obras. El Observador sigue. Mil gracias a ti, que me lees. A usted, madre de familia, que nos considera suyos. A cada uno de los sacerdotes que nos permiten entrar en sus templos. A los escritores, colaboradores, amigos todos.
Esto apenas comienza. Cristo nos encuentre reunidos en su nombre. Porque solamente así el mal no prevalecerá. Y el mal, para nosotros, sería no apoyar en la misión, no ser discípulos, alejarnos de la difusión de la esperanza cristiana. Dios los bendiga a todos. Mil, mil gracias por su lectura.