Martha Rivera

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Seguramente, a la mayoría de los mexicanos ya se les olvidó ese nombre. Miraron su rostro en los noticiarios de la noche del 27 o del 28 de mayo pasados. Comentaron su heroicidad en un aula de kínder, cuando escuchó los balazos cercanos y calmó a sus alumnos con canciones, les pidió que se echaran al piso, que estuvieran tranquilos.

La balacera sucedió en las inmediaciones del jardín de niños Alfonso Reyes, en la colonia de La Estanzuela, una de las zonas más violentas de Monterrey. La maestra de kínder se llama Martha Rivera Alanís. Fue “premiada” con un cheque de cinco mil pesos por parte del gobernador. Y, como en el relato del náufrago de García Márquez, luego ha sido olvidada por los medios. Nota de un día. Una flor en medio del trágico y sombrío panorama de balazos que se cierne sobre Monterrey, sobre México.

La maestra Rivera Alanís, sin embargo, nos dio una lección inolvidable de humanismo, de civilidad, de amor por los niños. “Lo que no quería —dijo a la prensa cuando la “premiaron”— es que los niños escucharan los balazos como los escuchaba yo”. Lo que no quería es que los niños fueran ultrajados en su sensibilidad por la espantosa pugna territorial que llevan a cabo los narcotraficantes de diferentes bandos en la capital del norte del país. Lo que no quería es que el ruido del odio robara la inocencia de los pequeñitos a su cargo. Y adoptó la mejor de todas las estrategias: se puso a cantarles una canción sobre las gotas de lluvia (“Si las gotas de lluvia fueran de chocolate…”).

La maestra grabó con su teléfono celular la escena. Y la subió a YouTube para que los políticos y los críticos que dicen que no se puede contra el narco se dieran cuenta que sí se puede. Se puede cuando hay amor por los otros y deseos de proteger lo más delicado de la sociedad que son los niños. No se trata de ocultarles la realidad, se trata de anteponer la razón y la emoción a una estrategia de terror que es parte de la agenda de las bandas criminales. Si los medios hicieran lo que la maestra Rivera Alanís con sus niños de kínder, en el Alfonso Reyes, la difusión letal del clima de violencia se vería atenuada. Y la gente estaría menos amedrentada, sabiendo que existe solidaridad básica entre los mexicanos.

Los reporteros le preguntaron por qué lo había hecho así. La respuesta de la maestra Martha fue extraordinaria, por su valor y su verdad: “Se me hace que no pensé. Solamente lo hice con el corazón”. A esta mujer deberían no de darle cinco mil pesos y una palmadita en el hombro. Deberían de darle la Secretaría de Educación de Nuevo León: necesitamos, rabiosamente, gente que “piense con el corazón” para enfrentar la emergencia moral por la que pasa México. Porque estamos hartos de funcionarios y funcionarias que solamente piensan con la cabeza, o con la cartera.

Publicado en Revista Siempre!