La palabra es un poco difícil de digerir. Pero encierra un significado muy grande. Y muy grave. Asociar la vida con el bien. Por lo tanto, defenderla de quienes se mueven como si la vida fuera cualquier cosa. Como si la vida fuera algo separado de la persona.
El Centro de Investigación Social Avanzada (http://www.cisav.org/), cuya sede se encuentra en Querétaro, ha lanzado (ver página 2 de esta edición de El Observador) una maestría en bioética que, de verdad, se vuelve indispensable para la hora actual en la que vive México. Y para que el futuro no nos alcance y nos aplaste. Diré dos razones:
El absoluto, real y rotundo quiebre del sistema general de valores, la ausencia de ética que no solamente se refleja en los sicarios del «Chapo», sino en casi todas las actividades que emprendemos los mexicanos, la política en primerísimo puesto. Y la ausencia de compromiso de un mayor y creciente número de personas en la defensa del bien común, que exige sacrificios y renuncias que no estamos dispuestos a enfrentar.
La ética nos hace una falta rabiosa. Más aún en hospitales, empresas, comercios, producción de alimentos, bancos, compañías farmacéuticas, en las secretarías de Estado, en los medios de comunicación, en las universidades, en las organizaciones de la sociedad civil y, por supuesto, en el gobierno.
Habría que atraer a muchos médicos, abogados, educadores, políticos, hombres y mujeres de empresa, para que cursen esta maestría. Vale la pena el esfuerzo, el sacrificio y el tiempo invertido en comprender que la defensa de la vida es una acción constante, mucho más profunda que las pancartas. Se inserta en el corazón del debate de nuestra cultura posmoderna del «todo está permitido».
Ojalá rebose de aspirantes. Pues no es común en México una maestría tan equilibrada entre lo científico y lo humanístico. Y menos aún, una maestría fidelísima –como ésta—al Magisterio de la Iglesia católica.