El Miércoles Santo se hizo oficial el nombramiento del Santo Padre Benedicto XVI de monseñor Faustino Armendáriz Jiménez (Magdalena de Kino, Sonora, 1955), hasta entonces obispo de Matamoros, como noveno obispo de Querétaro. Biblista, participante en Aparecida (2007) y en el Sínodo de la Palabra de Dios (2008), este joven obispo ha vivido de frente las difíciles realidades de la violencia, el narcotráfico, el tráfico de personas, el drama de la migración… Desde su experiencia de seis años como obispo de Matamoros y la perspectiva del nuevo encargo que le confiere el Papa, habla a El Observador principalmente del papel fundamental de la Palabra de Dios en la misión presente y futura de la Iglesia católica que peregrina en México.
¿Cómo le fue con la procesión del silencio en Viernes Santo y a favor de la paz?
Impresionante. La fe de nuestro pueblo es, de verdad, muy grande. Un silencio, por un lado, luctuoso pero por el otro, esperanzador.
¿Hay resquicios para el Evangelio entre tanta violencia?
Las resistencias son muchas. No es fácil tener que adecuarlo todo ante la inseguridad. Las comunidades están muy fragmentadas. Se vive de cerca el miedo, pero también la heroicidad de los sacerdotes. Su presencia en los lugares más riesgosos habla más de la misión permanente que mil palabras.
¿Dígame tres grandes retos pastorales que se enfrentan en la frontera norte de México?
Sin duda, la inseguridad es el más grande de los retos. Y ante ella, todos los actores institucionales tenemos que aportar caminos de solución. También el desempleo que afecta directamente a las familias. Y en el ámbito estrictamente religioso, el incremento de las sectas. La Iglesia católica necesita una presencia dinámica, activa; un espíritu de Misión permanente.
Se habla de una sangría permanente de fieles católicos que emigran hacia otras confesiones… ¿Usted lo ve tan fuerte como se dice que es?
La verdad es que yo veo el panorama con mucha esperanza. La implementación de la Misión permanente ha dado resultados favorables y ha hecho que muchísimos hermanos nuestros, que estaban alejados, regresen a la fe católica. Lo que estamos haciendo es abandonar la zona de confort y establecer un visiteo permanente a las zonas marginadas, a los hogares de la gente para atenderlos con cercanía. El esquema de Aparecida nos ha resultado muy efectivo, sobre todo con la ayuda de los jóvenes.
La Iglesia ha dejado de ser clientelar…
Sí, tenemos que abandonar la orientación hacia la conservación y volverla una orientación misionera. Todo el trabajo que hagamos tiene que ser de puertas abiertas.
¿Qué es la conversión pastoral a la que llama Aparecida?
Básicamente la conversión de los corazones, incluidos los corazones de los pastores, pero no exclusiva, aunque sí principalmente los de ellos. La misión es un estilo de vida que tiene que contagiarse desde los pastores hacia toda la estructura de la Iglesia.
¿Cuál es el principio que debe guiar a la Iglesia en el tema, cada día más agudo y lacerante de la migración?
Proponer una reforma migratoria integral que tenga en cuenta los derechos humanos de los migrantes y de sus familias. Es en la familia donde se encuentra el principio del drama de la migración. Pero nosotros tenemos la oportunidad –a través de las casas de migrantes establecidas en muchas diócesis del país y de los Estados Unidos—de escuchar a quienes tienen que abandonar su tierra para buscar mejores oportunidades de vida. Acompañarlos y confortarlos.
¿Hay iniciativas de las diócesis fronterizas de ambos países?
La verdad es que nos hemos vinculado muy estrechamente; hemos enviado cartas a los presidentes de México y de Estados Unidos urgiendo soluciones integrales a este drama; hemos trabajado con valentía al lado de nuestros hermanos migrantes y hemos informado, de manera permanente, a los gobiernos locales y federales de las condiciones inhumanas de la migración. Los obispos mexicanos y estadounidenses hemos insistido en la necesidad de una reforma migratoria integral.
Monseñor, ¿no cree usted que haría falta una condena más fuerte, más profunda, como la que hizo el Papa Juan Pablo II en mayo de 1981 a la mafia siciliana, de parte de la Iglesia contra los narcotraficantes?
Recuerdo muy bien esa condena del Santo Padre Juan Pablo II. Iba llegando a Roma para estudiar en el Bíblico. Y fue muy impresionante cómo el Papa elevaba la voz contra esa estructura del mal… Sobre su pregunta, déjeme decirle que nosotros ya hemos hecho una llamada muy clara a la conversión de los que participan en la violencia. Fue en el 2006 y la hicimos los obispos de la provincia de Monterrey. Pero elevar la voz en un ambiente como el que nos rodea, no es fácil, nada fácil. Yo creo que nuestra llamada a la conversión la completamos a diario con nuestra presencia evangelizadora, con la cercanía de la Palabra de Dios al pueblo. Nuestra mejor voz es estar en el Evangelio. Y, desde luego, nuestro auxilio es la protección de Dios que nos ha cuidado muchísimo.
¿Cuál es la salida de este laberinto de violencia, miedo, inseguridad?
La clave es la Palabra de Dios. Yo veo cómo nuestro pueblo tiene sed de la Palabra de Dios. Esto no es un eslogan surgido del libro del profeta Amós, sino que es algo vivido en la realidad. La Palabra adquiere una relevancia fundamental en la coyuntura que enfrentamos; es agua refrescante en los hogares de la gente (y más aún cuando juntamos dos o tres mil jóvenes que, en el contexto de la Misión permanente, vayan y se reúnan no a hablar de otra cosa, sino de la Palabra de Dios). Los que viven con miedo ven de pronto una esperanza. Una esperanza que transforma.
¿Es la nueva evangelización?
Es la única manera de llevar a cabo el proceso de evangelización. Aquí en Matamoros, en Querétaro, donde sea, es fundamental tener como referencia la Palabra de Dios y no los temas de nuestras conversaciones habituales, a veces tan intrascendentes… Ésa es la línea de acción que tenemos que seguir. El camino es hablar de la Verdad y de la Vida. Tenemos que pasar la frontera de los cristianos cautivos y cautivar, con la Palabra de Dios, a quienes la necesitan, aún sin saberlo, para tener vida en abundancia.
Este 2011 se conmemoran 300 años de la muerte del padre Kino. ¿Es posible recuperar un esfuerzo de evangelización como el que él representó en el noroeste del país, en su tierra natal, don Faustino?
Su figura es relevante. Y más para nuestro tiempo. Él enfrentó todo tipo de dificultades en la evangelización de las tribus que habitaban en el noroeste de México. Nosotros –como lo hizo el padre Kino—tenemos que evangelizar todos los ambientes. No es una alternativa: es una orden. En primer lugar para los que estamos al frente, los pastores, obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas…, de tal manera que, con nuestro testimonio, nuestro pueblo se sume a la Misión. No existe otro camino.
Por último, ¿cómo ha recibido el nuevo encargo que le hizo el Papa al gobierno de la diócesis de Querétaro?
Como lo que es; como un proyecto de Dios. Nosotros nos ponemos en Sus manos porque sabemos que la verdad nos hace libres.