Este año 2011 será el del lanzamiento masivo de la consola en tercera dimensión (3-D) de la multinacional japonesa del entretenimiento Nintendo. Los niños y los adultos enganchados a los videojuegos la esperan con ansia. Tanto así que Nintendo ha anunciado que –ante este nuevo producto—deberán tomarse precauciones: puede dañar, severamente, el desarrollo visual de los menores de 6 años de edad. Y también a los mayores.
En lo que se refiere a los daños a los muy pequeños, la trasnacional apunta que al recibir información diferenciada cada ojo, puede provocarles alteraciones en la capacidad de alineamiento de los objetos visibles en la realidad y, por lo tanto, dejarlos con una invalidez perene. A los mayores de edad, les recomienda parar cada 30 minutos para evitar, también, que se les desarrollen lesiones, sobre todo en el nervio óptico.
Aún con esas advertencias, la venta masiva de consolas 3-D de Nintendo está más que asegurada. Los japoneses han pedido que en lugar de tres usen dos dimensiones los consumidores del videojuego. Alegan que tal reducción no afecta al juego. La pregunta es: ¿por qué, entonces, lo lanzan al mercado? La respuesta va a ser la misma que la de las tabacaleras: porque la gente tiene libertad de elegir entre comprar y no comprar; porque existe un mercado de libre competencia donde cada quien pone los productos al público y es el público el que decide si los adquiere o no.
Mentira muy grande: las toneladas de dinero que se gastan estas compañías en publicidad, en creación de adicciones, en fuerza coercitiva, indican, a las claras, que se trata de algo muy diferente: de enganchar al mayor número de compradores, especialmente niños, para convertirlos en fanáticos de la tecnología del juego y hacer que esperen con alegría la llegada del nuevo desarrollo. Dicho de otro modo: no existe –en esta lógica del supermercado de las opciones—una responsabilidad real de los productores, ni de quienes deberían proteger al consumidor. Aquellos se contentan con la advertencia de que “el producto puede ser nocivo para la salud”, éstos, con publicar lineamientos muy tenues de uso. Pero, al fin de cuentas, los niños quedan atrapados en este proceso de indefiniciones. Y van a crecer más o menos tuertos. Por jugar al 3-D.