Hace tiempo que los espectaculares de la Librería Gandhi, en las ciudades del país donde se ha extendido, ganan la atención de los conductores y acompañantes por su ingenio, calidad y, a veces, humor del bueno. Asuntos como “Si no lees, no existo” o “Los libros, güey, aumentan güey, tu lenguaje, güey”, han sido éxitos sonados de publicidad. No sé si las ventas de la librería han aumentado o no. Lo que sí me doy cuenta es que se pueden hacer campañas de promoción de la lectura sin tener que recurrir al tono lacrimógeno o a la amenaza tipo “si no lees eres un tipo malo” (cosa que no se dice, pero que se desprende de muchos textos al respecto del fomento a la lectura).
Ahora, Gandhi ha puesto un espectacular con el siguiente lema “Felicidades a Vicente-Nario”. El tal Vicente no existe, como tampoco existe un proyecto concreto en los estados o en la federación para hacer del Bicentenario un pretexto mediante el cual pudiéramos, los mexicanos, recobrar o reconstruir o, simplemente, construir nuestra identidad. Los anuncios del gobierno federal sobre lo que es “ser mexicano” ahondan en lo hueco y vacío que ha sido el Bicentenario oficial. A diferencia de la propaganda de Gandhi, la del gobierno es increíble, genera poquísima estima y el “orgullo” que pretende promover, es un orgullo de noche del Grito, entremezclado con tequila y proclamas tontas de “Viva México, jijos de Villa”.
Se hubiera antojado un gran movimiento editorial en el Bicentenario. Editar a los clásicos de nuestra cultura, traer hasta los mexicanos de hoy a Altamirano, Gutiérrez Nájera, González León, González Martínez, López Velarde, Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Carlos Pellicer, Alfredo R. Placencia, Manuel Ponce, los ensayos de Henríquez Ureña, el colonialismo de don Artemio del Valle-Arizpe, y la novela nacional de Azuela, Yáñez, Martín Luis, la poesía de Gorostiza… Tantísimas obras que se podrían haber reeditado (igual hay un proyecto, que no conozco) y que podrían haber derivado el Bicentenario en un movimiento de reconocimiento y restitución identitaria que tanto necesita nuestro país.
Hasta hoy Vicente-Nario ha quedado como una frase ingeniosa en un espectacular de Gandhi. El gobierno federal y los estatales (no todos, por ejemplo, Guanajuato y Edomex) están durmiendo el “sueño dogmático” de pensar que diciendo muchas veces “Bicente-nario” los mexicanos vamos a tener más amor por esta tierra. Ni de lejos. Hasta la mitad del 2010 hemos dejado escapar la más preciosa de las oportunidades de comenzar el camino del acuerdo. La hemos sustituido por el ingenio (no está mal) y por la desidia (está pésimo).