El otro día leí la opinión de un señor que, diciéndose ateo, nos reclamaba a los católicos por la falta de inteligencia para cuestionar «dogmas pasados de moda», como el celibato sacerdotal o la prohibición del divorcio. En la época en que todo se cuestiona, nosotros permanecemos sumisos: si todo el mundo lo hace y la Iglesia lo prohíbe, lo que está de más es la Iglesia, decía este señor.
El pequeño idiota modelado por la tele que llevo dentro, me empujó, por un segundo, a detenerme y examinar la perorata de este plumífero. ¿Y si tuviera razón? ¿Y si todo lo del sacrificio, la obediencia, el perdón y el pecado es un cuento para atenazar a la conciencia y hacernos clientes del confesionario? Sacudí la cabeza. No es posible –me dije—que a estas alturas de mi vida esté dando crédito a tipos a los que Chesterton llamaba, con toda razón, «asnos anarquistas». Burros con bolígrafo (o con micrófono) que lo mismo les da opinar de la caída de la Bolsa de Valores que sobre Pentecostés.
Acto seguido, tras haber invocado a Chesterton, fui al librero de mi despacho y cogí un libro de Chesterton: El Pozo y los Charcos. De ahí extraigo esta frase: «Un católico es una persona que ha juntado el coraje suficiente para afrontar la idea inconcebible e increíble de que pueda existir alguien más sabio que él». Desde luego lo de «increíble e inconcebible» es una ironía chestertoniana. Una burla a los «asnos anarquistas» que tienen por seguro que no hay nadie más sabio que ellos.
La humildad es el sello del católico. Saber que el Magisterio está por encima de uno, que el Papa está por encima de uno, que la Doctrina está por encima de uno. Y acogerse a los dogmas (que son bien pocos, apenas 17), admirando su esplendor y no dándoles vueltas, como si tuviéramos una versión perdida de la verdad por tres lecturas rascuaches y deshilvanadas que hemos hecho. No, no se trata de renunciar a la libertad obedeciendo al Magisterio; se trata de conquistar la libertad obedeciendo al Magisterio. Ser católico no es doblar la cabeza y morder el polvo. Es alzar la cabeza y ver al cielo.