Disfraces

Cuando una disposición de salud enmascara la intromisión del gobierno en la educación de los niños y los jóvenes, existe algún fin inconfesable detrás de ella. Por dos razones: a) porque no dice toda la verdad y, b) porque disfraza la intención genuina con objetivos “buenos”.

Es típico del poder el engaño. Con pretexto del bien común (las vacunas, la extensión de los servicios de salud, la generación de un ambiente de “preocupación” por el destrampe de los jóvenes), el gobierno se entromete en territorios que le están vedados. Uno de ellos es sagrado: el derecho (y la obligación) de los padres de familia a educar a sus hijos.  Más aún, educarlos con rectitud en el ámbito de su vida sexual.

Confundir a un niño de 10 años con un adolescente de 19 no es un errorcillo inocente.  Es confundir la velocidad con el tocino.  Hay gato encerrado en todo esto. Y ese “gato” salta fácilmente a la vista: se trata de vender, de vender mucho: condones, pastillas del día siguiente, publicidad, películas, programas de televisión.  El Estado haciéndole el juego a la industria del sexo… La cartilla se convierte así en una herramienta de promoción adelantada de la actividad sexual de las niñas y los niños de México, sin que se enteren sus papás. 

Otra pregunta: ¿la actividad sexual de quien no está preparado ni es estable ni tiene por qué serlo, es un “derecho”?  Ya se ha visto en Europa a dónde conduce la política de ampliación de los derechos: a la ruptura de los referentes generales de valor; a la caída libre de la familia, al invierno demográfico, al suicidio y al sinsentido de la vida. 

No se trata de ser puritanos: se trata de ser inteligentes. Si la mayor fortaleza de una nación es la familia, ¿de cuándo acá una política de salud es correcta si destruye a la familia o inserta en ella la desconfianza? ¿Quién en su sano juicio va a creer que son mejores los consejos del gobierno que los del papá o la mamá?  Al gobierno le vale bolillo la persona. Los adolescentes son máquinas sexuales y hay que hacer “algo” para que esa maquinaria funcione de acuerdo con los intereses de los que de verdad gobiernan: las transnacionales. Si el Papa estorba, que nadie le haga caso al Papa. Si la Iglesia estorba, que nadie le haga caso a la Iglesia. Si la mamá estorba, tú tienes “derecho” a mandarla a volar. Lo importante es tu placer. Y para eso estamos nosotros: para que nadie te estorbe. Menos esas antiguallas que se preocupan por ti. Pero esas antiguallas tienen voz en El Observador.