Nos acercamos al bicentenario del inicio de la Independencia y al centenario de la Revolución. Los años diez del siglo XIX y del XX han sido principio de enfrentamiento. Muchos mexicanos tienen miedo de que en 2010 se repita la historia. Ven nubarrones sombríos donde –se supone—debería haber luz. Los festejos que se avecinan se han vuelto insípidos: ¿qué vamos a celebrar?
Por lo demás, y venturosamente, no faltan las iniciativas de buenos católicos, muchos de ellos lectores nuestros, que estiman necesaria la presencia de la Virgen de Guadalupe en el corazón de la vida del país; el rezo del Rosario como instrumento de enfrentamiento al mal, o la consagración de México a María Santísima, para poder resistir como nación y triunfar como pueblo que quiere el bien en 2010 y siempre.
Desde el siguiente número iremos publicando esas iniciativas, al tiempo que instamos a nuestros amigos para que en familia, en grupo, en movimiento, en asociación, en cofradía, de manera individual, nos hagan llegar a la redacción de El Observador (Reforma número 48, Centro, CP 76000, Querétaro, Qro.) sus propuestas de fe, para difundirlas y anteponerlas a los mensajes de alarma que hoy circulan en abundancia y que presagian un estallido semejante al de hace doscientos y cien años.
No podemos, no debemos quedarnos con los brazos cruzados. A 80 años del fin de la guerra cristera (1926-1929), testimonios de honor y santidad como el del beato fray Elías del Socorro Nieves, como los de 180 mil cristianos que murieron gritando «¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!», nos han de impulsar para ser valientes y no miedosos, para que el Sagrado Corazón de Jesús nos perdone, y sea nuestro Rey, como se reza en la hermosísima jaculatoría acuñada por Don Manuel Urquiza y Figueroa.
De una cosa —al igual que usted— estoy seguro: que será la fe del pueblo la que mueva a la intercesión de María de Guadalupe con Dios Nuestro Señor, para que nos siga protegiendo del Maligno y sus secuaces. Es la fe sencilla (de la que tanto se burlan en programa «chistosos» de la televisión, de la que hacen escarnio los noticiarios, de la que se ufanan en atropellar los conductores de radio) la que ha superado montañas y nos ha dado motivos de esperanza.
La fe hay que propagarla e insertarla en el centro de la vida pública. Aquí están nuestras páginas. Esperamos sus iniciativas