Lo que se llama «la clase política» suele caer en una serie de contradicciones peligrosas para el bien común. Una de ellas es decir que no hay alimentos para la gente en México o en el mundo, que somos muchos y que sus deseos de «buenas obras» se topan con la escasez y la explosión demográfica. Mienten o no saben de qué están hablando (que es otra forma de mentir).
El número de personas hambrientas ha pasado, en el último año, de 923 a mil millones de personas en el mundo. En México, 20 millones padecen hambre y 50 millones son pobres. Detrás de este incremento está la subida del precio de los alimentos, que fue, de media, del 52% entre 2007 y 2008. Algunos productos básicos como el arroz sufrieron un incremento de más del 200%.
El aumento de los precios de los alimentos no se debe a la falta de producción, ni a la reducción de las cosechas por el cambio climático o a la influencia de los agrocarburantes: las cosechas de 2008, nuevamente, han batido récord. Las razones del incremento de precios, por tanto, hay que buscarlas en las políticas agrarias de las últimas décadas, centradas en la rentabilidad comercial de los alimentos, en lugar de en garantizar el derecho a la alimentación, y en la especulación financiera en mercados de futuro y fondos de inversión con los productos alimenticios.
«El primer compromiso es el de eliminar las razones que impiden un respeto auténtico de la dignidad de la persona», ha dicho el Papa Benedicto XVI en un reciente mensaje para el Día Mundial de la Alimentación. El Sumo Pontífice también señaló que: «Los medios y los recursos de los que dispone el mundo pueden procurar una alimentación suficiente para satisfacer las necesidades crecientes de todos». Lo mismo decimos de México.
Pero: ¿por qué no es posible? Nunca había habido tantas personas con hambre y nunca había habido más alimentos disponibles como hoy mismo. Una mirada a las cifras: el potencial actual de producción de alimentos podría satisfacer las necesidades de 11 mil millones de personas, cuando en la Tierra somos, aproximadamente, 6 mil 200 millones de personas. Un poco menos del doble de alimentos por número de personas es con lo que contamos.
De 1950 al año 2000, la población mundial creció 2.7 veces, mientras que la producción de alimentos creció 7 veces. El problema, como lo indica el Papa Benedicto XVI, es de inversión de valores: damos por prioritario al mercado y no a la persona. Revertir este proceso es una exigencia que debemos llevar a cabo ya. En México y en el mundo. Es lo que exigimos a los políticos: que pongan primero a la persona. Recursos hay, lo que no hay es voluntad de hacerlos equitativos.
Es tiempo de que obliguemos al poder a que haya voluntad: ya basta de solaparles sus pretextos, la mayor parte de ellos inútiles, falsos o francamente cobardes, cuando no definitivamente estúpidos. Es tiempo de obligarlos a servir.