He leído, de un tirón, El mundo de hoy. Autorretrato de un reportero, del gran Ryszard Kapuscinski (Anagrama, 2009). Un estupendo collage de la obra escrita y hablada de este maestro del periodismo —lectura obligatoria de todos los que nos dedicamos a esta maravillosa profesión— realizada para el público de habla española por Ágata Oreszek. Un resumen que es un autorretrato. Mucho más extendido que el que hizo en Italia María Nadotti y que resultó un best-seller: Los cínicos no sirven para este oficio.
Muchas cosas rescato de El mundo de hoy. Primero; entrar al taller de este escritor inclasificable, a medio camino entre el reportero, el historiador, el cronista y el literato, aunque nunca asumido como novelista. ¿Qué es lo que vale en un reportaje como El Imperio? Kapuscinski habla de una relación entre forma y fondo. A él que le gustaba escribir con frases muy cortas, casi telegráficas, de pronto se encuentra con los paisajes dilatados, inmensos, casi infinitos de Rusia. No se puede escribir sobre Rusia con frases cortas. Hay que cambiar el estilo: hay que volver las frases largas, dilatadas, barrocas, inmensas.
Segundo, asistimos al nódulo de la verdadera cuestión del periodismo: la comprensión del otro, es decir, la compasión. Kapuscinski escribe en Lapidarium II: “Y la verdad es que, a pesar de todos los progresos en materia de comunicación —contrariamente a los mitos que corren— sigue siendo superficial, cuando no nulo. Hoy sabemos que sería difícil encontrar una metáfora más falsa que la macluhaniana aldea global. Pues en su esencia aldea significa proximidad —física, familiar y emocional—, calor humano e intimidad, copresencia y convivencia, compasión y comunión”.
Si le preguntamos al periodista, al comunicador, a la “gente de medios” en general si vivimos en una “aldea global”, dirán que sí, que absolutamente. Y que ellos han contribuido a que esto suceda así. Sin embargo, Kapuscinski afirma lo contratio: “No, no vivimos en una aldea global, sino en una metrópoli global, o más bien en una estación de ferrocarril o de metro global por la que pasa el enjambre de la multitud solitaria de David Riesman, formada por personas ajetreadas y con los nervios destrozados que, indiferentes unas hacia otras, no desean una aproximación, ni un acercamiento mutuo. A decir verdad, parece que cuanta más electrónica tenemos, tanto menor es el trato y el contacto humanos”.
El centro de la comunicación, la esencia del proceso periodístico es el acercamiento del otro, de su dolor, de su miseria o de su maldad; también de su alegría, de su gusto, de su bondad. El periódico se ha convertido en otra cosa de lo que necesita ser. Y Kapuscinski lo dice muy bien: se trata de volver a la multitud solitaria una multitud solidaria. Eso lo puede hacer el periodismo, la comunicación. Pero, por desgracia, lo que ha privado en el mundo de los medios es el criterio comercial, de trueque, de engrandecimiento, de poder. Nadie como Kapuscinski para haber actuado al margen del poder y del poderío. Y nadie como él para recordarnos el perdido asombro de esta profesión hecha para comprender a los demás y para hacer un mundo distinto: mejor.
Publicado en revista Siempre!