Llevo en mi vida adulta ya un número suficiente de elecciones como para poder declarar que las que se desarrollan este domingo 5 de julio, son de las más desabridas, desangeladas y preocupantes desde que se inició la transición hacia la democracia en México.
Las más desabridas, porque no se advierte en el horizonte electoral un mínimo de entusiasmo democrático entre los aspirantes a puestos de elección popular; desangeladas, porque la gente ya está muy enfadada con los políticos de toda procedencia, y preocupantes porque lejos de haber una posibilidad viable de construir una democracia mínima, lo que se mira es el advenimiento de la anarquía, del desorden constitucional, del atropello a la razón.
El tema de fondo es la apropiación absoluta del espacio político por los partidos y sus intereses. El ciudadano se siente —con justa razón— relegado a segundo o a tercer término. Ocupados como lo están en tundirse los unos a los otros, los partidos han olvidado ser parte del proceso político para convertirse en todo el proceso político. Y como —por el financiamiento público— gozan de cabal salud financiera en tiempos de crisis financiera generalizada, han llegado a creerse dioses, capaces de mangonear, imponer, precipitar la salida de consejeros electorales, poner a los suyos en el IFE…
Olvidan que son entidades de interés público y, como tales, pertenecen a la gente. Por dejadez y cierta dosis de cinismo gubernamental, los partidos —sobre todo los partidos pequeños— se conducen como meras entidades empresariales, como unidades de negocios (a veces familiares), que a nadie tienen que rendir cuentas y que a nadie tienen por qué transparentarle los usos de las carretadas de dinero que reciben del erario. Todo acto tiene consecuencias. En las elecciones intermedias que celebramos hoy, seguramente este acto indebido de apropiación de la política por los partidos, verá su secuela en la efervescencia del voto blanco, del voto nulo, del no voto por parte de los escasos ciudadanos que hayamos acudido a votar.
Las elecciones en el mundo y, particularmente, en México —como tanto se temía Giovanni Sartori— han pasado a ser videoelecciones, es decir, luchas no de ideas sino de imágenes. En un terreno donde se privilegia lo que se ve sobre lo que se piensa, la cita con las urnas ha sido convertida en mercadotecnia y en espectáculo digno de la promoción de una marca o de algún producto, pero que nada tiene que ver con un Estado de derecho, con un país de leyes que se respeten y, mucho menos, con un país de instituciones. Ese es el viento que hemos sembrado. Y hoy estamos cosechando la tormenta.
Publicado en la revista Siempre! (28 de junio de 2009 Núm.2924)