Como un fruto del encuentro que sostuvo el cardenal Tarsicio Bertone, secretario de Estado, con el mundo de la educación y la cultura de México, el pasado 19 de enero, en el histórico Teatro de la República de Querétaro, ha visto el nuncio apostólico en México, Chistophe Pierre, la apertura del Areópago Cultural y Social Juan Pablo II en esta misma ciudad, una iniciativa cultural cristiana sin precedentes en México.
Con una solemne Eucaristía presidida por el propio nuncio, acompañado del obispo de Querétaro, monseñor Mario de Gasperín, así como del arzobispo emérito de San Luis Potosí, monseñor Arturo Szymanski, el arzobispo de Tuxtla Gutiérrez, monseñor Rogelio Cabrera, y el obispo de Cuernavaca, monseñor Florencio Olvera, fue puesto en marcha este moderno complejo cultural en el que se habrá de dar vida al mensaje de Juan Pablo II de evangelizar todos los ambientes de la cultura, así como al llamado de Benedicto XVI de ir en contra de la nueva dictadura del relativismo, según lo dijo en su homilía monseñor Christophe Pierre.
El complejo arquitectónico, situado en la cercanía de la Parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, alberga, desde ahora, exposiciones, conferencias, congresos, conciertos y toda una gama de servicios culturales que su creador y animador, el sacerdote diocesano Guillermo Landeros Ayala, ha ofrecido como un centro de irradiación de la cultura del amor, de la vida, de la comunión y de la fraternidad, «en un intento —dijo Landeros Ayala— de evangelizar la cultura actual».
Al finalizar la Eucaristía, el nuncio apostólico en México, concedió una entrevista a El Observador sobre el tema de la cultura y la importancia de iniciativas como ésta en una realidad social cargada de secularismo, donde parece que Dios se oscurece en el horizonte de las realizaciones humanas.
¿Es éste un primer fruto del encuentro del cardenal Bertone con el mundo de la educación y la cultura de México, en esta misma ciudad?
«Yo lo considero providencial. Aunque el proyecto del Areópago Cultural y Social Juan Pablo II ya se estaba preparando desde hace tiempo, es una hermosa coincidencia con lo dicho por el cardenal Bertone en el Teatro de la República. El discurso del cardenal Bertone fue un momento decisivo, que ha despertado mucha atención y un cierto dinamismo, un deseo de la Iglesia de México de retomar el reto de evangelizar la cultura. Me parece muy simbólico el hecho que un sacerdote muy atento, inteligente y evangelizador, con el apoyo del obispo y de la comunidad, haya tomado esta iniciativa extraordinaria de crear un centro de cultura con el nombre de Juan Pablo II que ha sido una fuente de inspiración para México, especialmente en ese campo».
¿Qué aspectos positivos encuentra usted en la actualidad del catolicismo vivido en México?
«Hay en México una enorme tradición religiosa —que es su riqueza— y es uno de los países del mundo donde la enculturación del Evangelio ha sido una obra magnífica, un don de Dios. La historia de la Virgen de Guadalupe es una historia de enculturación efectiva del Evangelio. Hay una fe muy profunda en la nación mexicana, pero esa fe ha sufrido ataques muy fuertes para que se separe de la cultura. Sin embargo, entre los mexicanos hay una nueva conciencia de no dejarse intimidar por estas amenazas».
¿Entre esas amenazas ya se ve llegar la ola del secularismo al segundo país como mayor número de católicos del mundo?
«Juan Pablo II y Benedicto XVI lo han advertido con insistencia. Secularismo, relativismo y subjetivismo son un poco los que sostienen la cultura de hoy. Por eso, el reto de la Iglesia hoy es el de proclamar la verdad dentro de esta cultura. Hace unos días leía a un autor que le concedía a la Iglesia el derecho de hablar de la verdad, siempre y cuando hablara de «su» verdad y no de «la» verdad. Esta es la expresión más justa de la cultura relativista. Nosotros pretendemos no imponer nuestra verdad, sino ser testigos de la verdad. En la huella de lo que nos dice el Santo Padre Benedicto XVI, prácticamente el único modo de hablar de la verdad en el mundo actual es el ser testigos de la Persona que se proclama como la Verdad: hacer un encuentro con Cristo y ser testigos de ese encuentro».
¿Cómo se puede participar desde el catolicismo en la cultura?
«Hay algo que dijo el Papa Juan Pablo II desde el principio de su pontificado y que hoy nos lo repite el Santo Padre Benedicto XVI: «no tengan miedo». No hay que tener miedo de nuestra identidad, de nuestra pertenencia. Nosotros somos testigos de una persona que dijo ‘Yo soy la Verdad’. Y, también, ‘Yo soy el camino que lleva a la Verdad’. Ahí tenemos todo. Nuestra tarea encarnada en el mundo de la cultura es buscar cómo podemos ser testigos de la verdad dentro de la realidad humana. El centro cultural que abrimos hoy me parece muy, muy importante para que los que a él acudan tengan las herramientas para confrontar, permanentemente, la realidad del mundo contemporáneo».
¿Cuál es la labor más urgente de la Iglesia en México?
«México es muy rico, con una profunda religiosidad. Es verdad que hay muchos católicos que no hacen una relación entre su vida y su fe, pero tienen fe. Tienen una experiencia de Iglesia. El reto es que la Iglesia convenza a los que son conscientes de sus raíces católicas —de esa tradición tan bella de México— de que no las pierdan, de que no las hundan en el silencio. La Iglesia tiene que despertarse para ayudar, particularmente, a los jóvenes que todavía están cerca de la ella, a tener una memoria más clara de sus raíces y así alimentar su vida, su cultura, su fe. Ese es el trabajo urgente de evangelización que debemos hacer».
¿Qué le hace falta a México para querer y afirmar a Dios?
«El problema de México y de muchos otros países cristianos es el que se tiende a un tipo de religiosidad sin Dios o, lo que es más complejo, una religiosidad con muchos dioses. Lo que debemos hacer como Iglesia es ayudar a todos los católicos a tener un encuentro con Jesucristo vivo. No debe olvidarse que el encuentro con Cristo se hace siempre dentro de la Iglesia».
Sin embargo, muchos han señalado que nuestras iglesias, sobre todo en Iberoamérica, se han vuelto «clientelares». ¿Qué hacer ante ese fenómeno?
«Hay un peligro latente en pensar que porque la gente viene a la Iglesia todo va bien. En efecto, viene porque tiene el concepto de participación en la vida de la fe, aunque esté marcada por un secularismo muy profundo. Hay que aprovechar e ir más allá. Tenemos que ofrecer, a esos que vienen, la posibilidad de un encuentro decisivo que, ciertamente, podría ser el inicio de una nueva búsqueda».